Dalí y el canibalismo otoñal

Parece un sueño totalmente surrealista que en la capital de Colombia se tenga pedazos de un genio, como el artista español.

Foto: archivo particular

Por: Frank Carrillo P., periodista Buque de Papel, Bogotá

En algún cajón de mi mente recuerdo que una vez observando la televisión me impactó enormemente un comercial de un producto para los malestares estomacales, en el que aparecía un hombre de físico extraño, bigotes largos y con ademanes muy particulares y quien hacía una representación un tanto exagerada para mi mente de niño, pero que se instaló en mi cerebro hasta el día de hoy.

Con el tiempo supe que aquel hombre era español y su nombre era Salvador Dalí. Pero eso no me bastó. Yo quería saber más acerca de quién era en realidad. Investigué y no precisamente en motores de búsqueda ni nada de ayudas virtuales; lógicamente era porque no existían en ese tiempo o las hubiera utilizado.

Los escritos decían que era pintor, escultor, poeta, decorador y confeccionó un guión para cine. Además de una personalidad excéntrica y con tintes de megalomanía se le considera uno de los padres del movimiento surrealista en el mundo, en pocas palabras un genio total.

Con obras tan célebres como “Los relojes blandos”, “Fiesta en Figueras”, “Los elefantes”, “Gala contemplando el Mediterráneo” o “Canibalismo otoñal”. Se hizo a un nombre en el movimiento del arte y sus obras son consideradas como inmortales.

Foto: archivo particular

Observé en su momento detenidamente las imágenes de sus cuadros y esculturas. No podía creer que un hombre tuviera una imaginación tan maravillosa, pero al mismo tiempo una bella locura, por llamarlo de alguna manera, en su humanidad, me hacía recordar cuando soñaba cosas absurdas e inverosímiles en mi mente de infante.

Lo más cerca que había tenido una obra del maestro fue cuando compré un libro con sus trabajos más conocidos, o en los tiempos actuales los observaba por internet y no me dejaban de sobrecoger.

Por cosas de la tecnología me enteré de que en un museo bogotano se estaba exponiendo de forma permanente una escultura de la persona que cambió mi forma de pensar, de ver las cosas desde otros puntos de vista, de que la palabra “loco” no fuera despectiva, sino que se relacionara con algo sublime: es Salvador Dalí.

En un jueves lleno de lluvia, en el que las gotas de agua se derretían en mis sentidos, fruto de mi extrema ansiedad, el reloj marcaba las 3:02 minutos de la tarde, cuando llegué a mi cita con “la mujer con el pan francés en la cabeza”, pero ella, como buena mujer, se hacía esperar, mientras que afanosamente la buscaba por la exhibición.

No podía gritar su nombre porque simplemente no lo sabía, estaba muy cerca, podía olerla y en un corredor oscuro que se iluminó como el sol miré a sus ojos. En ese momento vinieron tantos restos de mi memoria que no podía detenerlos, pero tampoco quería hacerlo.

Por fin algo de Dalí era mío, tenia la satisfacción de un caníbal, pero en invierno. Los cajones de mis remembranzas estaban más llenos que nunca y la satisfacción de un sueño cumplido me poseía, quizás para siempre.

Foto: archivo particular