Cerros silenciosos

Son los grandes colosos, eternos guardianes de la ciudad y testigos inseparables de su historia: los cerros orientales de la capital.

Fotos: archivo particular

Por: Johan Cárdenas, periodista Buque de Papel, Bogotá

Con el desapego de las grandes construcciones, las ruidosas calles y el agitado ambiente capitalino de la ciudad que todos conocemos, así empieza la incursión en este inmenso mundo de arboles gigantes, ríos cristalinos y asombrosa tranquilidad, que más parece ser un oasis en medio del desierto, que los alrededores de una gran ciudad.

Es el medio día. Observo desde los más grandes rascacielos de la capital colombiana, que me brindan una cautivadora paz, una impresionante ciudad que vive en medio de afanes y prisas. Desde este mirador se alcanza a imaginar todo lo que estos enormes colosos de la naturaleza nos podrían relatar acerca de nuestra historia como bogotanos.

Desde que se formaron las doce chozas que dieron inicio a lo que es hoy la metrópoli colombiana, hasta la actualidad, en donde es una de las principales ciudades del continente, los cerros orientales siempre han estado presentes a lo largo de su historia.

Y lo han sido desde la época de la colonización y las sangrientas batallas, hasta la actualidad, con los grandes festivales de música y teatro, pasando por históricos momentos que revolucionaron el pasado y presente de la capital.

Los cerros orientales han tenido que vivir y presenciar cada uno de estos acontecimientos, pero como grandes bibliotecas que almacenan diariamente capítulos de nuestra historia, así mismo los bogotanos solemos ignorarlos y pasarlos por desapercibidos, sin prestarles mayor atención. Solo hasta el momento que expiden llamas, como símil de Biblioteca de Alejandría, es cuando todos voltean las miradas hacia ellos, hacia los abuelos de la gran ciudad.

Fotos: archivo particular

Cuando son traicionados por sus propios hijos, es cuando arden en llamas, como lanzando un grito desesperado por atención y cuidado, un grito que recuerda a la ciudad, que sus testigos fieles e inseparables siguen allí, y que aún están vivos, que no se han desvanecido como parte de nuestra historia.

El daño que causan las llamas en estos hermosos paraísos de flora y fauna que casi nadie conoce, no son sólo materiales, sino memoriales. En tiempos en donde se lucha por una conciencia ambiental, las grandes columnas verdes de la ciudad se incendian perdiendo riquezas que tardan centenares de años en recuperarse o que ya son insalvables.

La enseñanza que se alcanza a percibir en medio de la paz y tranquilidad de estos magnánimos paraísos verdes, con sensibilidad no de hombre sino de ser viviente, es una remembranza para no dejar perder las riquezas que almacenan nuestros abuelos, es una voz diciendo, que estos monumentos quieren seguir siendo parte viva de la ciudad y no un recuerdo intangible de lo que tal vez no vuelva a ser.

Fotos: archivo particular

Fotos: archivo particular