Falling in love with Wellington
La crónica viajera de la semana.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.
Por: Renzo Opromolla , c orresponsal Buque de Papel , Wellington, Nueva Zelanda
Un domingo a la noche. Los pasos me devuelven a casa. La brisa no está ausente.
Los ruidos de un día que culmina aún flotan en las curvaturas del viento, demostrando con orgullo cuál es el elemento natural que reina en la ciudad. A su ritmo se suceden armónicos los pasos de los locales, quienes con direcciones misteriosas, perfuman la ciudad con aroma a diligencia y actividad. La urbe, capital del país, asombra por el contraste de su energético ritmo con la quietud de muchas de las ciudades en el interior de Nueva Zelanda.
Los trajes y los vestidos señalan un escenario administrativo y de oficinas que se confirma por la inaudita cantidad de cafés que adornan las calles.
Todo parece perfectamente sincronizado. Las apuradas caminatas no impiden, sin embargo, el constante encuentro de miradas que van y vuelven. Las horas pico son todo un espectáculo. Señoritas que vienen, caballeros que al paso devuelven, elegantes, la fina hebra blanca de sus cigarros. Callecitas con veredas nuevas y amplias. Edificios perpendiculares que por largos metros exhiben sus grandes paneles de vidrio. Prototipo de una nueva metrópolis. Modernidad admirable.
La escaza mano de obra que el país entero sufre se ve condensada en Wellington, al emerger una oferta de trabajo considerablemente alta. La misma, si bien responde en su mayor parte a un estrato de trabajos poco calificados, suele presentar interesantes excepciones que permiten a jóvenes profesionales ocupar puestos valiosos e iniciarse en el proceso de aquilatamiento de experiencia profesional.
La vida diurna si bien regala color y vitalidad, perece bajo el embrujo de la filantrópica noche. Las luces en el puerto, los monumentos y su arte, la presencia sublime de un mar calmo que se hamaca sobre la orilla de la rambla peatonal. El clima tibio de un verano que recién se relega se combina con la usual ventisca resultando en un medio perfecto para compartir en pareja una fresca cena junto al puerto, una caminata o un picnic en algún parque. Muchos son los lugares y no menos las actividades que llevan a los románticos a encontrar en los distintos escenarios del centro y sus alrededores el fino bálsamo del romance.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.
La atmosfera suele entregar con frecuencia frías lluvias y alguna que otra llovizna pasajera. El viento, cuando se suma a éstas termina por completar un ambiente que obliga a guardarse bajo techo. Ante dichas condiciones la conducta esperable en los individuos supone cierta previsibilidad: cancelación de actividades al aire libre y postergación de visitas o paseos susceptibles al mal tiempo.
Pero aquí en Wellington, los locales se han acostumbrado a contraatacar el fenómeno. La constante presenta en esta ciudad una excepción a la regla general: el clima a nadie concierne, y por lo tanto nada interrumpe. Puede llover, granizar, o incluso tronar como si el cielo no tuviese arreglo, pero todo sigue en pie. Los corredores afirman la marcha en su semanal rutina por la bahía, los empleados recorren inmutables las aceras hacia a sus respectivos puestos de trabajo, y hasta resaltan aquellos que elijen salir a airearse vestidos como si el sol y el calor resguardasen sus pasos.
La actividad vuelve a imponerse. El espíritu aventurero del “kiwi” sobrepone con astucia y determinación esa escena climática percibida por otros como objeto de constricción. Solo nos queda observarlos. Detenernos en el origen de sus movimientos e indagar: ¿Cuál será la fuerza que se esconde en el gobierno de la propia voluntad?

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.