Cocinando para la época navideña

Intentando desarrollar una destreza no innata en mí

Foto: Gloria Lugo. Buque de Papel.

Por: Gloria Lugo Cruz , p eriodista Buque de Papel , Bogotá

Comenzó diciembre y los sentidos empiezan a llenarse de todas esas señales que nos indican que llegó Navidad: las luces afuera de las casas, la música representativa de la época, el comercio invadido de árboles, guirnaldas y adornos de colores y los olores propios del tiempo seco (cuando llegue) y los que salen de las cocinas de muchas familias que empiezan a preparar las comidas típicas de las fiestas decembrinas.

Cada vez que llega esta época del año me siento muy emocionada, al ver cómo se va acabando un período más de labores profesionales y educativas en mi vida. Me encanta celebrar las fiestas, porque me traen los mejores recuerdos de mi infancia, compartiendo con mis primos los regalos que traía el Niño Dios, disfrutando de las correrías de casa en casa para rezar las novenas y viajando a diferentes lugares para completar las vacaciones.

Actualmente, en mi casa es tradición que durante la primera semana de diciembre, vengan de visita mis tíos y algunos primos, para disfrutar de una tardecita de onces al mejor estilo navideño, comiendo natilla y buñuelos, y por qué no, tomarnos una copita de vino, acompañada de unas galletas tradicionales de la época.

Este año, como ejercicio investigativo periodístico y para convencerme de que soy una mujer polifacética, quise medírmele a preparar las onces que ofreceríamos a los invitados. ¿Qué tan difícil puede ser preparar una natilla y unos buñuelitos?, bueno, primero había que consultar con la experta: mi mamá.

Escribiendo está crónica y tratando de cumplir mi misión, vinieron a mi algunos recuerdos de esas comidas especiales que se han preparado en mi casa para algunas navidades y uno que otro Año Nuevo. Hace ya varios años mi mamá y unas tías intentaron hacer tamales, como para asegurarse de que fueran totalmente caseros y de que cada persona de la familia probara su deliciosa sazón.

Bien, la idea les salió muy bien, los tamales quedaron suculentos pero el desorden que quedó en la cocina de mi casa fue fenomenal: hojas de plátano por un lado, montañas de platos sucios y una que otra olla quemada de tanto hervir, lograron hacer desistir a mi mamá de la maravillosa idea de prestar su cocina para estos “inventos”. Ahora, cada vez que queremos desayunar alguno de los festivos de Navidad con tamalitos, mejor los compramos en el lugar especializado que hay en nuestro barrio.

Bueno volviendo a mi misión, decidí no complicarme mucho, podía preparar la natilla y los buñuelos de la forma tradicional con la receta de la abuela, moliendo el maíz, cocinándolo y demás, o podía comprar una de esas cajitas maravillosas que le facilitan la vida a todo el mundo, en las cuales la preparación viene ya casi lista.

Pues sí señores, gracias a Dios y con toda la modernidad que contamos hoy, han creado alimentos que se pueden sacar de una caja, agregar agua, calentar y ¡listo!, como dice la cuña. Luego de ir al supermercado más cercano para comprar los ingredientes, me tomé la cocina de mi casa y mientras mi mamá veía televisión, me dispuse a preparar lo prometido.

La natilla

Empecé por lo más fácil: la natilla. Simplemente hierva leche, añada el contenido de la caja y revuelva hasta que espese, según dicen las instrucciones de la cajita-maravilla, pero aprendí que no es tan fácil, si uno no está revolviendo constantemente y con prudente fuerza, se empiezan a hacer grumos y la natilla pierde su suave textura.

Al ver que mi invento iba fallando, tocó pedirle auxilio a la experta (mi mamá) y ella muy amablemente me ayudó, revolvió la preparación una y otra vez y con la fuerza y ritmo necesarios para poder recuperar la textura de la natilla y luego de cinco minutos, logramos que espesara lo suficiente para retirarla del fuego. Le pusimos las uvas pasas que me encantan y la colocamos en el respectivo molde.

Una vez allí, simplemente había que dejar enfriar y luego de una hora, más o menos, la pudimos sacar del molde y estaba lista para disfrutar. Eso sí, tocó aguantarse las ganas de probarla hasta que llegaran los invitados, claro que fue una misión muy difícil, porque con ese delicioso olor que tenía, era literalmente una “dulce tentación”.

Los buñuelos

Ahora venía lo complicado del asunto, los buñuelos. Las instrucciones de la caja eran igual de simples a las de la preparación anterior, pero esta vez no me la iba a dejar ganar de “la cajita”. Hice todo al pie de la letra, añadí agua, leche, una pisca de sal, el queso rallado y revolví hasta crear unas bolitas de masa consistentes.

Luego, puse a freír la primera tanda, más o menos cinco buñuelos de tamaño mediano que cabían holgadamente en la cacerola. Al sacarlos cuando ya estaban doraditos y olían delicioso, quise que mi asesora en estos menesteres probara uno para ver qué tal iban quedando. La mala noticia es que estaban un poco duros y secos, así que tocó solucionar el inconveniente en la masa antes de seguir friendo los demás, al añadir un poco más de leche y un poquito de margarina, logré “el toque secreto” para que quedaran mas suavecitos y esponjosos.

Finalmente puedo decir que lo logré, aunque no soy una experta en las artes culinarias, pude preparar de manera exitosa una deliciosa natilla y unos perfectos buñuelos que degustaron mis invitados y que como no dejaron ni el rastro en los platos, puedo entender que a todos les encantaron.

Aunque me fue más o menos bien en mi primer intento, prefiero dejarles estos oficios a los expertos. Por ahora y si todo sale según los planes familiares, una de mis tías se encargará de cocinar la cena de Navidad en su casa y mi mamá tiene como misión la comida de Año Nuevo, para la cual preparará un delicioso ajiaco santafereño, y no es porque sea mi mamá, pero este plato siempre le queda delicioso ya que tiene la mejor sazón de todas.