Peatones de la ciudad perdida
Un viaje al pasado de mil años en Camboya.

Foto: Angkor Wat, el templo central. Buque de Papel.
Por: Renzo Opromolla , c orresponsal itinerante , Buque de Papel , Angkor Wat, Camboya
Profunda y acechante nos recibía la plural mirada de los taxistas camboyanos cuando el bus de transporte público se detuvo en Siam Reap. Inquietos y desorientados esperábamos sentados a que el chofer habilitara el descenso.
En la puerta de la unidad cada vez había más gente. El calor del mediodía comenzaba a enervar a todos. El conductor no respondía las preguntas de nadie y, cuasi autista, permanecía sentado impasible en su asiento. Los minutos corrían y nadie sabía qué hacer. Intentamos volcar nuestro inglés en búsqueda de alguna información que nos dejase más tranquilos, pero en el pasaje había solo lugareños. Así pisamos aquella ciudad. Así encontramos el descenso en la ancestral capital camboyana del milenario imperio Khmer.
Arrimados al centro encauzamos la repetida pesquisa de una habitación y algo de comida. El trayecto hacia el centro nos sirvió para avistar el ritmo de las calles, el despliegue en materia de turismo, y la paradójica inversión en construcción que asombra. Recorrimos el mercado y las esquinas céntricas. Decidimos abordar por la mañana siguiente, sin perder tiempo, la carretera arbolada hacia la majestuosa ciudad de Angkor Wat.

Erguida progresivamente desde el siglo IX, cuando el rey Jayavarman II se auto-declaró supremo soberano y se estableció al noroeste de Camboya junto al Gran Lago. Angkor Wat es uno de los tesoros arqueológicos más importantes del mundo y seguramente el mayor complejo religioso jamás construido.
A través del comercio con India los khmers (Jemeres) obtuvieron sus primeros contactos culturales, y así, influenciados, se iniciaron en un estilo propio de arte y arquitectura, recogida en la religión budista.
Al bajar del Tuk-tuk, motito taxi que no deja de repetirse en Asia, nos reconocimos frente a la puerta de entrada de un mundo perdido. De una civilización extraordinaria que hizo honor al incalculable genio humano.
Cruzamos un ancho puente que separa en dos a un importante canal, que en forma de marco liquido, pasa a encuadrar el fino monumento. Con justa sorpresa ignorábamos hasta el momento lo que tan singular metrópoli estaba por revelarnos.
Comenzamos a adentrarnos en sus garabatos, en sus torres hartas de molduras preciosas, mientras intentábamos reproducir en nuestra mente un escenario equivalente que nos mostrase la vida Jemer en plena prosperidad y acción. Nos sorprendíamos frente a las estructuras, frente a la disposición social de los espacios públicos, comunes, y privados. Al lugar y accionar de los dioses. A la importancia de las guerras, las plagas y los fenómenos naturales, todos allí representados sobre la piedra de los muros.
Fuimos así pasando de un templo a otro. Visitamos el enigmático e indescriptible Bayon. Un templo sin adjetivo que refleja en su rostro, grandeza y gloria. Concluimos de esa forma, con la primera de las tres jornadas que destinaríamos a la contemplación del recobrado baluarte.

Foto: El Bayon desde adentro, en uno de sus patios superiores.

Foto: puerta de acceso al templo Banteay Kdei . Buque de Papel.
Regresamos así hacia el pueblo. Paseamos por el centro y constatamos la gran cantidad de turistas que se hacen presentes desde el atardecer, en los modernos bares y restaurantes. La comida en los diferentes carritos al costado de la calle es una buena y barata opción para dos turistas sudamericanos que planean un largo recorrido.
Cuando volvimos a los templos el segundo día, terminamos de visitar el trayecto chico, como allí lo llaman. Pasamos primero por los templos de Prasat Kravan, constituido por cinco criptas cuyas figuras en relieves se descomponen en un gran número de pequeños ladrillos, y que data del año 921 D.C.
Admiramos luego el famoso Ta Prohm, ese templo perdido devorado por la selva y las robustas raíces de sus árboles. Lugar escenario donde se filmó recientemente la película Tom Rider, con Angelina Jolie como protagonista, pero que en su momento fue levantado como asentamiento del monasterio real, rango que con el paso de las décadas fue siendo sepultado bajo las grises raíces de los altos árboles de seda y algodón.
De allí nos dirigimos hacia Phnom Bakheng, un desgastado templo construido sobre una considerable colina en el cual se reconocen, una vez en la sima, cuatro gopuras que señalan cada uno de los puntos cardinales. Instituido alguna vez como capital del imperio, hoy define este templo la terraza natural desde donde contemplar un atardecer que se acuesta sobre el resto de la inmensa planicie.
Horizonte divino e inabarcable, aroma de la selva renaciente y reflejo de un astro naranja que mansamente se esconde tras el confín del planeta, derrama también este rincón del mundo su testimonio de excelencia.

Foto 5: e l sublime atardecer visto desde la cima del Phnom Bakheng . Buque de Papel. undefined