Laos: con destellos de un encanto francés

Seguimos por Asia con nuestro corresponsal.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Por: Renzo Opromolla , c orresponsal i tinerante , Buque de Papel , Laos, Asía del Sur

Atrás quedaban las marrones aguas del Mekong cuando desembarcamos en el improvisado puerto de Luang Prabang. Cumplíamos en ese instante con una travesía de carácter atemporal. Soñábamos, con un lúcido semblante, desde una cuna cargada de leyendas soberbias. Pisamos, con porte de excéntrico conquistador, esta preciosa ciudad de múltiples fragancias.

La pintoresca arquitectura local evidencia en ésta singular ciudad, el exquisito influjo del esplendor francés. Las veredas (andenes), y su singular presencia, se funden con las paredes blancas y las lajas grisáceas en los techos de las casas. La tranquilidad es por momentos asombrosa, cosa que enfatiza los sentidos en un permanente disfrute.

Identificada por algunos como “la pequeña Manhattan”, esta singular península resulta de la intersección entre el río Mekong y el río Nam Khane. Su nombre proviene de una estatua de oro que representa a Buda, ofrendada por el monarca Khmer al Rey, llamada Pha Bang.

El término Luang, leído como “gran” o “real”, completa el sustantivo. Así, el asentamiento queda sellado bajo el lacre de la tradición budista, que, según escrituras, presenció su fundación en el año 698, tiempo en el que rigió el nombre Muang Sua para la entonces capital del recién fundado Reino del Millón de Elefantes.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

En los primeros paseos por la colonial ciudad, vimos aflorar una colorida feria que invade las calles más céntricas. Los tolditos rojos y las luces sobre las mercancías producen un ambiente más que fascinante. Todo el mundo se vuelca en sus angostos pasillos en busca de alguna artesanía; de telas y atuendos de seda natural, o cualquier otra reliquia que allí se ofrezca. La feria regala mucho más que precios deleitables y rostros amables. Se convierte naturalmente en el paseo obligado de cada noche, acercándonos, en el trayecto, un banquete de profundas fragancias.

A pocas cuadras de allí se encuentra nuestro hotel. Una humilde residencia en donde por algunos dólares fuimos muy bien recibidos. Desde allí todo transporte es realizado a pié, con el fin de ensayar una mayor cercanía con la serenidad vecina.

Luego de un par de días, fuimos informados sobre una aldea cercana, contigua al río, que ofrecía a sus escasos huéspedes una estadía donde disfrutar del retiro y la brisa que arrima la corriente. Decidimos seguir la receta. Manoteamos las mochilas y nos sumergimos en el corazón del país. Viajamos entonces tres horas por la ruta hasta Nong Kiew, un sencillo asentamiento al borde del río, entre un conjunto imponente de rocas excelsas que pinchan las nubes. Recubiertas en verde follaje, las tupidas montañas surgen solemnes perpendiculares al agua, mientras un frondoso puente de granito pardo adorna el ya selecto paisaje.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Una vez descendidos, marchamos por el camino y encontramos el pequeño puerto. Aguardamos por la próxima lancha y ni bien oímos el grito previsto, montamos en la embarcación para otros cuarenta y cinco minutos más de regata hasta la desolada aldea de Moang Noi.

Al llegar, una alta y puntiaguda montaña recubierta en distintos tonos de verdes, indicaba la ubicación del asentamiento, el cual, sin coches ni calles para estos, se resume en una larga peatonal de tierra, paralela al estero. La única escalera de cemento que desciende hasta allí nos mostró el primer camino. Subimos, abrimos bien los ojos, e intentamos encontrar refugio.

Desde el desierto poblado, elevado algunos metros y depositado sobre estas barrancas, se puede disfrutar de la contemplación de una perspectiva surrealista de un horizonte olímpico. La peatonal principal, con sus casas, exhibe los cuerpos desactivados de las bombas que durante la guerra de Vietnam se confundían, en su descenso, con las pesadas gotas de la época de monzones. Triste realidad ésta que enterró en las tierras laosianas más de dos millones de toneladas de bombas durante esos años, regadas, sin pudor alguno, por los apáticos estadounidenses.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Comprendimos allí un poco más sobre este maltratado pueblo de hombres sosegados y tierras doradas. Empapamos nuestra mente con una reflexión desorientada, borracha de gratitud y angustia. Descubrimos, en ese lugar, aquella cuota de injusticia que inviste al mundo de los hombres. Criminal producto de nuestra ignorancia; sustancial enseñanza para el potencial cambio que empuñaremos.