De las tinieblas al paraíso

Ahora vamos a la playa.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel

Por: Renzo Opromolla , c orresponsal itinerante , Buque de Papel , e ntre Camboya y Tailandia

Dejábamos atrás a un país verde tupido, con rutas de tierra y hogares flexibles que pese a los fuertes vientos de la existencia consiguen permanecer en pie. Empuñábamos los pasaportes y batallábamos la última de las contiendas: salir de Camboya en tiempo y forma.

Como ya lo habíamos experimentado, trasladarse en aquel país nos era cosa sencilla. Todo indica la potencial demora, el imprevisto, y la inducida práctica de la paciencia. Sus formas organizativas pueden tranquilamente asociarse con un constante arre dramiento. Actúan como expertos en la improvisación y el parche, por lo que nosotros, resignados y en sus manos, solo esperábamos pasivamente que los inconvenientes venideros no asalten demasiado nuestros planes.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel

Arrancamos la fresca mañana esperando a que nos recojan del hotel con el fin de arrimarnos hasta la estación terminal de ómnibus. Con el tiempo bajo el brazo, todo olía a descanso. Sentados, mientras vigilábamos la puerta atentamente, vimos como de repente, y con sonrisa burlona, aquel dócil factor tiempo, impulsándose en el suelo, iniciaba la furtiva carrera. – ¿Y el del taxi? – trepaba y caía el pensamiento en el subibaja de la mente.

Situados ya sobre la hora de partida de nuestro bus, realizamos algunos estresados llamados y, ya casi aceptando haber perdido el viaje, escuchamos que vendrían a recogernos. No nos podíamos quedar tranquilos, ya habían pasado más de diez minutos de la hora de partida de aquel colectivo y nosotros seguíamos en el hotel. ¿El pasaje entero y la misma empresa esperarían a que nosotros lleguemos? Era difícil de asimilar. De todas formas buscamos contagiarnos con la calma de los recepcionistas y esperamos serenos.

La motito llegó en seguida. Salimos rápido con destino a la estación. La sorpresa siguiente surgió cuando nos detuvimos en la puerta de una agencia de turismo y nos invitaron a bajar allí. Preguntamos por nuestro bus. Otros turistas también aguardaban. Al otro lado de la calle nos señalaban a nuestro colectivo mientras nos informaban que, tanto ellos como nosotros, no cabíamos en él debido a que la empresa había sobrevendido los tickets.

En una atmosfera incierta, con aire de transa de turistas , veíamos deambular a algunos locales con sus celulares en mano, como decidiendo qué hacer con los sobrantes. La situación mezclaba la tranquilidad de no haber perdido el ómnibus con la incertidumbre y la preocupación por este nuevo problema.

Instantes después aparecieron dos autos para un grupo de nueve viajeros. Los señores delegados, con soberbio aire de eficiencia, halagaban la solución encontrada, sin siquiera considerar que dos autos eran insuficientes. Entre las discusiones y el quiebre del consenso arrancamos apretados y nerviosos hacia la frontera.

Al llegar a Poipet, luego de tres horas de baches y pozos en rutas arrasadas, aprovechamos el stop para comer un rico y picante curry, y, luego de los sellados requeridos, seguimos hasta Bangkok. La noche nos volvió a dar la bienvenida a la amigable Khao San Road, desde donde emprendimos al día siguiente por la mañana el recorrido hacia el sur de Tailandia, en pos de una despreocupada estadía en medio de aguas claras y arenas soñadas.

El viaje en tren es sumamente recomendable en este país. El servicio es económico, amplio en la oferta de comodidades, y lo suficientemente serio, realidad que hace inevitable el contraste con el servicio de transportes del país vecino.

Desde las vías del tren nos las arreglamos para seguir en ruta hasta la portuaria ciudad de Krabi. A pocos kilómetros en barco de allí se hallan las famosas islas Koh Phi Phi Don, Koh Phi Phi Lay y la enigmática Monkey Island, donde Leonardo Di Caprio y elenco grabaron la renombrada película “”.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel

Ansiando contagiarnos con una atmosfera tropical y distendida desembarcamos en Koh Phi Phi Don después de una hora y media de viaje en un importante barco que nos defendió con acierto frente a las inusuales olas del sur del golfo de Tailandia. Ilusos marineros, versados caminantes, así, con destellos de luz en la mirada, avanzamos firmemente resueltos sobre esa nueva superficie aun inexplorada.