E l cartuchito: patio trasero de Abastos
Crónica de una zona fantasma, que se convirtió en epicentro de la droga, luego de El Cartucho.
El Cartuchito. Foto: Buque de Papel.
Por: Natalia Pachón , e special para Buque de Papel . Original del Buque, retomado por diarios locales y por portal de Bogotá oficial.
Mire la calle
¿Cómo puede usted ser
indiferente a ese gran río
de huesos, a ese gran río
de sueños, a ese gran río
de sangre, a ese gran río?
Nicolás Guillén
Allí está él, rezando. Le grita a Dios, le pide que lo proteja, que no lo deje caer en la tentación, que lo ayude a seguir en el camino del “bien”. Aferrado fuertemente a se levanta de su silla, grita una vez más: “Dios mío, bendíceme hoy y siempre” y se sienta.
Faltando diez minutos para las 6:00 a.m. acaban la oración; él toma su desayuno y sale. Camina pausadamente hacia con calle 40 Sur, con la cabeza en alto y su morral al hombro.
Hace frío. El ambiente en la calle es hostil. El polvo se come cualquier gesto de alegría o tristeza, los borra todos a su paso. Aprieta el paso, no quiere que el frío, el tiempo ni el panorama entorpezcan su camino.
Espera diez minutos, no pasa el bus. Ya van quince y pasó uno pero no paró, porque iba demasiado lleno. Pasaron veinte y aún no llegaba. Llegó el bus, iban veinticinco minutos. Se sube, paga su pasaje y se va a la parte trasera. Mira fijamente la ventana, mira el panorama, mira, mira y mira. Llegando al lugar dice: “es por acá”, timbra y se baja. Camina unas dos o tres cuadras, saluda a Martica, la señora de los tamales, y sigue su camino.
Reconoce el panorama, mira Abastos, respira profundo y dice: “llegamos”. Empieza a caminar, a preguntar los valores de todas aquellas cosas que están regadas en el piso como si fuera un día de compras. Camina tranquilamente cinco cuadras y repentinamente frena, voltea y dice: “Ojo, acá es lo caliente”.
El Cartuchito. Foto: Buque de Papel.
La Calle del Cartuchito
La entrada es como la de cualquier otra calle. Lo diferente es que el panorama es gris, los zorreros con sus carretillas de trabajo abundan, los indigentes en el piso y muchos de los “vendedores” están acostados, inmóviles, casi muertos al pie de sus productos. A la entrada está la “vieja Rosa”, la expendedora de droga más importante del sitio, a ella se le puede pedir desde un moño de marihuana, hasta pastas o drogas más especializadas y caras.
Unos pasos más adelante, tan sólo unos pasos, se encuentran todo tipo de artículos robados. Venden desde un clip hasta un televisor o un computador portátil. Claro está, no existen las garantías, las devoluciones, los reclamos o el certificado de compra. Si funciona o no, no es problema del vendedor sino del comprador. Los precios oscilan entre $1.000 y $40.000. Lo más caro son los computadores portátiles y lo más barato es una media.
Allí no necesariamente existen los conjuntos de cosas, pues no se venden los pares de zapatos, sino uno sólo, todo va de acuerdo con las necesidades de la calle. Se vende también, ropa interior, tops, blusas, medias, pantalones. El listado de precios por artículo para el comprador que va de “shopping” se puede apreciar dependiendo de la calidad del objeto. Los pantalones a $10.000, los tops a $2000, una media a $1000, un televisor a $20.000, entre otros.
La calle del cartuchito consta de dos calles largas unidas. Por allí circulan carros, pero en realidad no son muchos, algunos de ellos pasan por acá para entrar al barrio; otros para salir de él y algunos otros para comprar, pero no precisamente los artículos ofrecidos a la vista de todo el mundo, sino aquello que es el producto esencial de aquel mercado: la droga.
La venta de todos estos artefactos que pueden ser catalogados como basura o como objetos inútiles, es en realidad una manera de camuflar la real situación de este lugar. No es un sitio donde se venda y se compren objetos, es una zona en la que se negocia con las almas y las personas. Allí el principal negocio es la droga; existen todo tipo de alucinógenos y todo tipo de consumidores.
Los amigos
Él sigue avanzando y saluda a la vieja Rosa como a cualquier amiga, se encuentra con Rafa y el Negro, se saludan. Un apretón de manos y un golpe hombro con hombro basta para ver que son amigos. Compartieron no sólo una amistad, el Negro era uno de sus socios en todos los robos que hacían.
Rafa es un tipo callado, serio, tiene los ojos perdidos, pero aún no han probado nada de droga, están consiguiéndola. El Negro es carismático, aunque tiene secuelas en su cara que muestran su vida en la calle. Habla con él diez, quizás quince minutos. Se despide y le dice que de pronto ahora se vuelven a ver.
Continúa caminando, mira las cosas tiradas en el piso sobre unos manteles que se confunden con el color de la calle. Pregunta aquí, pregunta allá, se devuelve, continúa, para él es toda una aventura. Cuando llega a la mitad de la calle, mira a la derecha y grita: “qui’ubo hermanito, cómo me le ha ido”. Y aquel personaje le contesta: “qui’ubo”, mira por encima quién es y continúa en su mundo de sueños y humo.
“Esto está suave, más temprano es más caliente” dice él. Continúa caminando y con cada uno de sus pasos un saludo sale de su boca. Los conoce a casi todos y a los que no conoce, los otros les dan referencia. Es él uno de los personajes más conocidos en el Cartuchito, uno de los duros.
La compra
Se devolvió, preguntó a unos zorreros si tenían un moño de marihuana. “No, se nos acabó parcero. Vaya donde la vieja Rosa, ella debe tener”, le dijeron. Le preguntó a la vieja Rosa, ella tampoco tenía. Acudió a sus viejos compañeros de fechorías y ellos tenían los rostros trastornados, ya no eran ellos. Eran otros, la droga los tenía en su poder.
“¿Tiene un moño o sabe quién me lo pueda vender?” dijo él. Ellos, que estaban obnubilados – sumidos en el humo, perdidos en el momento –, lo miraron y le dijeron: “no llave, no tenemos”. Juan los miró y les dijo: “¿seguro que no tienen? Mire, véndame lo que tenga, todo bien”. Uno de ellos dijo: “mire hermano tengo un moño, pero déme $2000”. Juan Pablo le pagó.
Era un rollito de papel de cuaderno. Al desenvolverlo encontró la yerba, encontró su motor. La sintió con los dedos, la palpó, la olió, la miró y la sintió. “huele rico, huele a casa”, afirmó.
Se pedía a grandes voces:
-Que muestre las dos manos a la vez
Y esto no fue posible
Tomó el moño, lo guardó en su zapato. “Es mejor prevenir que lamentar y por eso no hay que tentar al diablo”, dice.
-Que mientras llora, le tomen la medida de sus pasos
Y esto no fue posible
Él se despidió de sus amigos con un apretón de manos, el golpe hombro a hombro ya no pudo ser, ellos estaban viajando y su cuerpo al igual que su mente estaba en otro lado.
-Que piense un pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero permanece inútil
Y esto no fue posible
Se despidió de la vieja Rosa y de todo aquel que conocía y se iba encontrando en su camino de salida.
-Que haga una locura
Y esto no fue posible
Tenía el moño en el zapato, estaba nervioso porque hace más de 6 meses no consume. A medida que iba saliendo de allí las sensaciones se confundían, adrenalina, emoción, temor, intranquilidad. Pensaba que cualquiera miraría su pie y diría: “lleva yerba”.
- Que entre él y otro hombre semejante a él, se interponga una muchedumbre d e hombres como él
Y esto no fue posible
“Fue una buena experiencia. Ahora vamos” dijo él. Lo miré y asentí con el rostro. Tomamos un bus, el silencio fue el primer invitado a la conversación. Se subió un señor al bus pidiendo ayuda porque era epiléptico, venía del campo y no le daban trabajo por esta enfermedad. Tenía una familia que sostener y no sabía hacer nada más.
-Que le comparen consigo mismo
Y esto no fue posible
“Si tuviera plata le ayudaría mi hermano, pero por ahora le deseo de todo corazón que Dios le bendiga y lo tenga siempre en su gloria”, dijo Juan Pablo. Nos bajamos y en la misma calle donde todo empezó, el se despidió, botó el moño en la basura y regresa a la fundación. Son las 12:00 del medio día, ya es hora de almorzar.
-Que le llamen, en fin, por su nombre
Y esto no fue posible
(Poema de l peruano César Vallejo, “Nómina de Huesos ” )