“Amo los autos, me conduj e con ellos”, Crisanto Mota
Crónica de un abuelo de 84 años que sigue vigente.

Por: Carlos Fernando Álvarez C amargo, Buque de Papel , C ali
Cuando uno escucha a alguien hablar de cómo conducía durante el servicio militar un camión “Ford tres patadas”, es decir que necesitaban de mínimo tres bombeos de los pedales para encender o para frenar; de acompañar, manejando, los caminos de herradura por donde pedaleaba Ramón Hoyos en las vueltas a Colombia, o de haber jugado con el Deportivo Pereira en 1955, como puntero derecho se da uno cuenta que el tiempo ha pasado.
De ser apodado “Condorito” y recorrer las vías colombianas a bordo del que considera la mejor flota del transporte público de la historia, como el P-900, o hablar de “Don Frutos Mejía”, el fundador de Bolivariano y de Flota Magdalena, se constata que de quien hablamos tiene más de 80 años, y una memoria básica.
Esta es la historia de Crisanto Mota, 84 abriles, tío algo lejano, dice él, de la figura de la Equidad, Stalin. “Tal vez de allí le salió lo del fútbol”, ríe.
Vestido siempre con sombrero, Crisanto vive en el mítico barrio obrero, también fábrica de futbolistas del América y del Deportivo Cali, pero también de la otrora pujante industria de la ciudad y de la región, hoy convertida en moles abandonadas, en fantasmas de tiempos pasados, que quién sabe si fueron mejores.
Dice que sus hijos le han dado muchas alegrías, al igual que sus nietos. Lógico, también ha tenido tristezas. Cuando camina por las calles del barrio, con energía, saca a flote sus dotes de buen conversador, y uno que otro piropo para las damas.
Sabe, como alguien que vio crecer a esta ciudad, que vivió sus tiempos de gloria y de ferrocarril, y de espejismo narcotraficante, y de decadente inseguridad, en dónde están sus virtudes y pecados.
Asegura que ya montó en el sistema de transporte masivo “Mío”, émulo del Transmilenio bogotano, y dice que le gustó, a diferencia de muchos ciudadanos, menores que él, quienes despotrican de esta modalidad, de los medios, de los políticos, de la policía, de los ladrones, de las señoras, hasta de sí mismos…
Declara que ama los automóviles, que toda su vida se hizo al lado de cabrillas, cajas de velocidades y motores. Que fue conductor y no chofer, que antes, serlo, era cuestión de orgullo y de respeto.
“A uno lo respetaban, porque uno era educado. Hoy, ya no. Manejar una flota es sinónimo de grosería, y la gente que usa el servicio es peor”, recalca.

Claro, también tuvo que ver cosas nefastas, como el asesinato de más de 20 personas, en dos episodios diferentes, abordo de las flotas que conducía.
“Ambas veces me agaché sobre el timón y le recé a todo lo que se me pasara por la cabeza. Nunca me rozaron las balas, pero eran épocas duras”, dijo sin ahondar en el asunto y esquivar las preguntas, al recordar con seguridad, la violencia política entre liberales y conservadores, que en el Valle fue aterradora; la guerra con la guerrilla, o las vendettas entre clanes mafiosos del narco”.
Recalca que manejó de todo: desde “Chevrolitos”, “los interminables Ford T y A”, o los modelos de lujo del 55 y 56 de ambas marcas; ni hablar de todo tipo de camperos, camiones y máquinas pesadas. Su primer carro fue un Volkswagen escarabajo, modelo 50, nuevecito. Su abuelo se lo regaló, porque no entendía cómo un auto tenía el motor atrás, en lugar de adelante. “No voy a manejar en reversa, decía el viejo”, recuerda en medio de la jocosidad.
“El pase mío era de categoría 18, es decir que podía manejar desde una bicicleta hasta un bulldozer. Y mírelo, aquí lo tengo vigente, y todavía puedo hacerlo, incluso de noche, que es cuando más me gusta conducir”, afirma, al sacar la licencia o pase de conducción. Pero al verlo, me llevo una sorpresa: Crisanto posa con sombrero.
¿Con sombrero le tomaron la foto? – “Sí, dice- es que toda la vida lo he tenido y no veo por qué ahora lo tenga que dejar. Así que la gente de Tránsito lo aceptó”, claro, con “ayudita” ¿(mordida?), y aquí está”. Dudo de su vigencia, aunque en Colombia todos los pases o licencias, más de 12 millones de ellas, incluyendo la del presidente Álvaro Uribe, son falsas, o no son reglamentarias, para decirlo en un tono más suave.
Se descubrió una imbricada red de tramitadores al interior de las secretarías de tránsito de todas las ciudades y del mismo Ministerio, que cobraban plata para expedir las licencias sin el lleno de requisitos ni exámenes de rigor, y claro, muchas de ellas en talleres clandestinos. Por eso, las ciudades se llenaron de academias de garaje, o piratas, que prometen el pase en menos tiempo.
Por eso se ven tantos accidentes, no sólo por la irresponsabilidad de los conductores, sino porque ignoran cómo se conduce un automotor: lo mueven, pero desconocen que conducir implica conocer el auto a fondo, que hay más en las vías, y que la velocidad es una estupidez. Y esas bestias tienen licencia. En fin, es una mafia de aquellas, que sólo se denunció, en 2003 y que a la fecha, sigue vivita y coleando.
-¿Después de los autos, qué más le gusta, don Crisanto?
Los deportes. Jugué fútbol, pero una lesión me dejó por fuera. Jugábamos contra el Independiente Medellín, yo estaba en el Pereira, y el central me rompió un tobillo y los ligamentos. Me dejó el pie mirando para el otro lado. Una vez en la clínica, una doctora dijo que la única solución era amputarlo. La mandé al carajo. Le dije que si me lo iban a cortar, me tenían que matar. Al final, me lo enderezaron, enyesaron y así estuve casi un año. En ese entonces no había operaciones como las actuales. Durante muchos años se me dormía la pierna entera, y no sentía el pie. Al final sólo quedó para manejar, y eso sí, para ¡bailar! (risas).