Perenne sabiduría A zteca

Columna de lo itinerante por parte de nuestro corresponsal con un libro que descubre la magia del antiguo imperio.

Portada del libro

Por: Renzo Opromolla , c orresponsal Buque de Papel , Buenos Aires

El mundo, extenso y diverso, acuna desde el nacimiento del hombre, culturas disparejas y temporales que se suceden, se reemplazan, e incluso complementan.

Algunas, las más robustas, se han expandido entre grandeza y sombras, impulsadas las más de las veces por hombres flechados por la ambición y el poder.

Las civilizaciones contemporáneas, representantes de la inagotable pluralidad, sufrieron sus persistentes embates hasta que el asfixiante humo de la ruina las hizo colapsar en el olvido.

Fueron entonces devueltas a la sombra, junto con todos aquellos individuos que no lograban ser insertados dentro del paradigma filosófico-cultural aceptado. Nacía entonces la más violenta de todas las privaciones: se los declaraba perdidos, y se los internaba en la máquina colectiva de la conversión a la verdad correcta. Se suprimía el crédito divino de la libertad.

La conquista entre pueblos y la disputa de importantes extensiones de tierras fue desde siglos una constante en el crecimiento de la humanidad, pero en el descubrimiento de nuestro continente convergió en un fenómeno complejo donde numerosas naciones europeas emprendieron una intensa carrera que perseguía la potestad de la tierra nueva.

Del otro lado de un Atlántico virgen, las macizas costas de América abrigaban una original soberanía cultural, diversa en pueblos y tradiciones autóctonas, impróvida de cuanto estaba por ocurrir.

Cuando el hombre europeo encalló resuelto, atónito y perplejo, creyó descubrir tierras vírgenes, más no tardó en comprobar la presencia de sus caseros desnudos. Con la bandera de la civilización marchó sobre el rústico suelo de la barbarie, oxidando el recuerdo de los folklores nativos. Los rostros oriundos, gastados por la erosión conquistadora, tumbaban vencidos al oír sorprendidos cómo los arrojados autócratas bautizaban sus comarcas bajo el nombre de “Nuevo Mundo”.

Luego fueron surgiendo quienes, movidos por el deber moral de reintegrar los marcos y los contenidos de aquellos pueblos originarios abruptamente silenciados, emprendieron la escabrosa tarea de traerlos nuevamente a la vida, con el fin de lograr aprender de sus prácticas y concepciones universales.

Es así que no hace mucho tuve la oportunidad de toparme con un interesante y raro libro que trata sobre la esencia de la cultura Azteca. Se explicaba en él la esencia de la concepción espiritual que fundaba las bases sagradas de la filosofía Náhuatl, la cual impulsó en sus tiempos la creación de un importante y significativo códice mnemotécnico, conocido como “ Pirámide de F uego ”.

El místico texto de transmisión generacional oscila entre una compleja red de simbolismos que articulan una descripción de los sistemas de calendarios aztecas, una aproximación a los dominios y pertinencias de los diferentes dioses, una lectura aclaratoria de la significación real de los sacrificios y su finalidad, y, sobre todo, el retrato de cada uno de los trece pasos correspondientes al mecanismo de asenso espiritual.

La elevación por sobre lo mundano se describe en un proceso místico y hermoso, en el cual el hombre común logra activar el germen solar de la conciencia haciendo que la energía que fluye de él normalmente hacia fuera, se vuelva hacia adentro.

Representado como una serpiente, la reversión de esa energía exteriorizada es leída como el propio veneno que se obliga a la serpiente a tragar, y que hace brotar, tras ser digerido, la segunda cabeza de la serpiente. Esta transformación despliega las alas del alma y representa el nacimiento del hombre Quetzalcóatl, o serpiente de plumas , origen del ascenso hacia la luz solar de Tonatiuh.

Las concepciones que descubrí me sorprendieron. Me alegraron. Me permitieron entender y valorar los aspectos sociales que las culturas autóctonas defendían. Estimar lo que acontecía en nuestro continente para el tiempo en el que flotaban, inquietas en el horizonte, las velas de esas tres mistificadas carabelas. Esta tierra estaba viva. La cultura encarnaba en otras formas. Señalaban alcances concretos, e interesantes; similares muchos, a aquellos que aún hoy no han logrado descifrar el mundo moderno.