Punteos de una marcha entrampada

Seguimos en Laos, al otro lado del planeta.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Por: Renzo Opromolla , c orresponsal itinerante , Buque de Papel , d e Laos a Camboya

Devueltos a Luang Prabang después de algunos días, marcamos un nuevo norte, y continuamos con el itinerario previamente trazado. El siguiente renglón indicaba nuestro traslado hacia la capital de Laos, Vientiane, en donde haríamos una breve parada, con el fin de tramitar las visas para Camboya, y echar un menudo vistazo.

La ruta sinuosa, por la noche, hizo de la carrocería del bus un bandoneón de suspiros rimbombantes, dejando a muchos de nosotros con los ojos secos. La adormecida brisa de primera hora puso fin al exasperado trayecto, depositándonos, con el nuevo día, en la prevista ciudad.

Con antojo de lecho reconocimos, en la concurrida acera del hotel, un ancestral ritual de ofrenda de alimentos que los ciudadanos realizan para con los monjes budistas de ese país. El “Morning Alms Giving”, es un rito que viste a las calles de los barrios con largas y anaranjadas filas de monjes, quienes, casa por casa, vecino por vecino, son ofrendados con alimentos y víveres. Al rato, luego de satisfecha la curiosidad, instauramos una sobria siesta con vistas de recobrarnos.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

La mañana todavía reinaba cuando volvimos al empedrado. Decidimos arrimarnos hasta la rambla y sus improvisados comedores. Contemplamos el ancho, aunque reducido en caudal, cauce del Mekong, que allí nuevamente vuelve a separar a Laos de Tailandia. La tarde consistió en algunas caminatas por la zona, y en el momento oportuno, homenajeamos con unos mates, el recuerdo de nuestra patria Argentina.

Por la mañana del lunes las condiciones habilitaban la puesta en marcha de nuestros trámites. Arrendamos un par de bicicletas con timbre y canastito al frente, y salimos pedaleando hacia la embajada de Camboya. Luego de presentar los papeles necesarios y saldar los aranceles, volvimos hacia el centro para deambular por las calles, observar a su gente, y descubrir todo monumento que retuviese nuestro mirar. A última hora, recogimos nuestras visas ya listas, y nos aprontamos a partir hacía aquel desconocido país.

Ingenuos y mal informados, optamos, para ingresar al Reino de Camboya, por descender hasta las fronteras que se encuentran al sur de Laos. Una vez allí, emprenderíamos sin escalas la ruta hacia la antigua capital del imperio Khmer, Angkor. Empero, el plan resultó ser demasiado inocente. Sobretodo en un sudeste asiático donde todo es susceptible de inexplicables sorpresas.

Desde el momento de nuestra partida en Vientiane, donde descubrimos que la disposición de nuestro bus, con camas cuchetas, hacía de la estructura interna una prisión sobre ruedas, hasta el instante en el cual el bus nos bajó en una aldea casi despoblada señalándola como la frontera, pasaron por nuestra mente cientos de pensamientos. Solos para esa hora, nos vimos allí casi abandonados.

Empezamos, inquietos, a dar vueltas hasta que un prepotente tailandés nos subió a su camión para acercarnos a la oficina de inmigraciones. Oficina ésta, se hace necesario aclarar, ubicada en medio de la vegetación, y constituida nada más que por un chalet en madera. Sentado placidamente, con los pies sobre el maltratado escritorio ubicado en la galería, nos recibió, aburrido, un gendarme camboyano.

Luciendo una camisa camuflada a tono con la vegetación, se levantó de su sitial, ingresó a la casa, y regresó con un maletín negro. Lo abrió, sacó un tintero y un par de sellos, y nos pidió los pasaportes. Nos miramos, respondimos, y hasta pagamos, a su orden, una coima de un dólar por el servicio de sellado. -Ya estamos adentro- , pensamos satisfechos; mas la cosa no era tan simple.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

Una vez coronado el aspecto diplomático, comenzamos a pensar en qué nos trasladaríamos desde allí hacia Siem Reap. Justo en ese minuto, un desconocido lugareño nos informó que la ciudad más próxima se hallaba a no menos de setenta kilómetros. Desconcertados, comenzamos a negociar con el señor el precio de nuestro traslado, el cual, argumentaba, sería muy elevado debido a que solo se trataba de dos personas, detalle que catapultaba los costos. Arreglamos, después de un rato, el traslado en mini-bus hasta el centro de Camboya, más precisamente hasta la ciudad de Kampong Cham. Desde esa localidad intentaríamos concluir el trayecto en algún transporte público más económico.

Las instancias hasta allí vividas se convirtieron, al iniciado el recorrido, en el mero puntapié inicial de un transcurrir improvisado. Al llegar a la primera ciudad, por la que entendíamos pasaríamos de largo, nuestro chofer nos informó que debíamos pasarnos a otro furgón. Sorprendidos, descendimos en un barcito donde otro grupo de turistas también se encontraba aguardando.

En un vehiculo similar, pero casi íntegramente deteriorado, iniciamos el segundo tramo. Al rato frenamos en la ciudad de Kratie. Atentos, escuchamos nuevamente a los choferes, quienes nos informaban mansamente que ellos tenían indicaciones de dejarnos allí, y que en ese mismo lugar debíamos esperar por un próximo transporte que continuaría el trayecto.

Boquiabiertos y nuevamente indignados descendimos del mamotreto. En la espera optamos por recorrer el mercado que teníamos enfrente. Encontramos sobre el mismo asfalto, un mercado itinerante que ofrecía frutas, verduras, carnes y pescados, expuestos sobre toldos en el suelo, apestados de moscas.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.

El colorido espacio lo valía todo. La cara de los mercaderes, hombres y mujeres, terminaba de confirmar un estilo de vida de principios de siglo pasado.

Luego de transcurrido un rato, asomó finalmente un viejo y vapuleado colectivo, cargado con emprendedores viajeros. Subimos, intentamos acomodarnos, e iniciamos al instante una tercera parte del recorrido, la cual nos reveló a mano llena, el verdadero cuerpo de Camboya.

Calles y rutas de tierra apisonada, casas construidas con tablas de madera y techos de loza, motocicletas que transportan cerdos enjaulados y gallinas que cuelgan cogote abajo. Gente que a nuestro paso se asomaba para saludar, obsequiando modestas sonrisas que nos dejaban vibrando. Así transcurría nuestra marcha, equívoca, dichosa, y fortuita, mas, pese a todo, siempre entendida como una única e intransferible cátedra.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.