“Alá es Dios y Mahoma su profeta”
Uno de los personajes que recorre las noches en la zona caliente de nuestra ciudad.
Foto: Alejandro González, Buque de Papel
Por: Alejandro González González , e special para Buque de Papel , Bogotá
Delgado, de mediana estatura, ojos profundos y mirada sagaz, el “Osama colombiano”, como prefiere que lo llamen, es un enigmático hombre de aproximadamente 40 años que se gana la vida ahuyentando delincuentes en la zona de tolerancia del barrio Santa Fe, uno de los sectores más peligrosos del centro de Bogotá.
Gratis no es su apodo. El parecido con el terrorista más buscado del mundo es asombroso. Verlo por primera vez genera interrogantes y comentarios desatinados. De su rostro nace una gris y larga barba que se le descuelga hasta el pecho; en su cabeza siempre luce un impecable turbante blanco y, como el real, también luce un soberbio traje militar, cubierto por un gabán gris que lo hace ver tirano. Su arma, no es un mortal fusil automático sino un garrote viejo, envuelto en cinta negra. Calza grandes botas militares, que chispean rayos debido a su impecable brillo.
Por seguridad prefiere que la gente ignore la ubicación de su vivienda, sin embargo en esta ocasión tuve el privilegio, por unos minutos, de visitar su misterioso escondite. Es un diminuto cuarto de inquilinato, donde paga tres mil pesos como cuota diaria. Está ubicado en un viejo edificio de fachada carcomida por el descuido, y cómo no, por el implacable paso de los años.
En el interior de la vieja construcción –a punto de derrumbarse– los pestilentes y agresivos olores se encargan de la bienvenida; son variados y se disputan el domino del lugar. Por las persistentes oleadas que chocan contra la nariz, tiene uno la sensación de que los olores están rondando en distintas direcciones como fantasmas invisibles. Primero, el hedor a rancio que emanan las sucias y destruidas paredes. En seguida, el humo gris, oliente a marihuana, envuelve el oscuro pasillo que conduce al cuarto. Sin embargo, la fetidez emanada del orinal comunitario, ubicado justo al frente de la habitación donde duerme “Osama”, es el olor más repulsivo y el que impera sobre los otros. Las ganas de vomitar se controlan con una sutil tapada de nariz, sin embargo, el olor parece quedarse para siempre dentro de las fosas nasales.
El cuarto es pequeño, oscuro, rectangular, de olor indescifrable y paredes sucias. De la ventana se desliza una mancha negra producto de la humedad que deja la huída continua de un chorro de agua que no da tregua. Su cama no es más que un extraño armario envuelto de cartones y trapos. Para mitigar el frío, que en la madrugada penetra los huesos hasta alcanzar los tuétanos, tiene siempre a la mano varios retazos de papel periódico que le sirven de cobija: “me arropo con las noticias diarias”, atina a decir con una risa forzada y corta de forma abrupta. El techo, a punto de desplomarse en cualquier momento, es una red de telarañas intactas, blancas, grises y negras que dan la sensación de estar metido en la escena de una película de terror, secretos ocultos o animales extraños.
De sus orígenes y labores
Al sector llegó de la noche a la mañana. Como por arte de magia. De “Osama”, nadie en el barrio da razón. Su procedencia es desconocida; ningún descendiente; hermanos tampoco. Y cuando se le interroga por sus padres, con risa burlona, sólo murmura entre dientes que es enviado directo de Alá, el Dios de los musulmanes. De este modo justifica su nombre y no da más explicaciones. Su enigma se consolida con las insistentes preguntas que pretenden esculcar su vida. Oculta todo. Parece no tener pasado. Sólo vive del presente. El futuro lo vislumbra en el Paraíso al lado de Mahoma, el profeta.
Siempre sale de la habitación después de la puesta del sol, a esa hora donde el día se confunde con la noche, según él, para no despertar sospechas de los ladrones, de los que más tarde en la noche, para ser exactos, será su verdugo. Garrote en mano, sigilo al caminar, posición combativa, mirada atenta y, midiendo cada paso, llega al sitio de sus operaciones como lo ha hecho desde hace 12 años, todos los días, a la misma hora y con la misma confianza.
En el sector todo mundo parece conocerlo; por eso su garbosa presencia es motivo de alegría: abrazos van y vienen, brindis en los burdeles, algarabía en las tiendas y en las peluquerías, chistes. Algunos que lo ven por primera vez lo toman en broma; pero él no pierde la marcada seriedad de su rostro. Frunce el seño con mirada intimidante, para debilitar cualquier intento de burla. Nada y nadie lo puede despistar de su papel de guardián, o de “Alma de Dios”, como le dicen algunos. Sigue adelante y… como caudillo acosado por los seguidores, alza con elocuencia la mano derecha y luego la izquierda, para saludar a las personas que le hacen una especie de calle de honor a lado y lado de los prostíbulos.
A media noche, cuando el barrio es un hervidero incontrolable de indigentes, expendedores de droga, prostitutas, homosexuales, borrachos y ladrones, “Osama” deambula con pasos seguros, sigilo al extremo y movimientos airosos imponiendo autoridad. Nadie pude osar o pretender imponerse sobre él. Las oscuras calles y los tenues focos de luz blanca, azul, roja y verde, que emanan los vistosos avisos de los bares, fabrican en su débil rostro una tenebrosa sombra que lo deja ver como un temible personaje curtido en mil batallas. Tal vez por eso, con sólo saber que el “Árabe” ronda las calles, los delincuentes se escabullen como perros regañados entre los pasillos de las grandes casas.
En el extenso recorrido visita una a una las tiendas. Va de prostíbulo en prostíbulo haciendo sondeos sobre los últimos acontecimientos que hayan alterado la tranquilidad del sector. “Todo es seguro mientras Osama ronda el barrio”, asegura doña Carmen: una señora delgada, de baja estatura, ojos azules y modales alegres, dueña de uno de los negocios al que Osama convertido en el “Ángel de ”, cuida con recelo exagerado.
Terminada su labor y antes de salir el sol, con la sensación del deber cumplido, orgulloso de su trabajo y con las energías suficientes para seguir recorriendo las calles, el enigmático hombre vuelve a dejar a la deriva de los ladrones las desoladas calles del barrio para refugiarse en el misterioso cuarto, de donde emergerá de nuevo, a esa hora donde el día se confunde con la noche.