Epí logo de una curiosa obra volitiva
Culminamos la gira por el Sudeste asiático. Queda otra vez Nueva Zelanda.

Foto: las Torres Petronas al fondo .
Por: Renzo Opromolla , c orresponsal i tinerante , Buque de Papel , Malasia
Rápido, desafiante e intenso transcurrió aquel mes de notable aventura en el sudeste asiático. Las etéreas playas del norte fueron la antesala del último fortín sobre el cuál buscaría imprimir el rigor del asedio. Camuflado ya entre los aromas y las comidas regionales arranqué, investido por un pulido mirar, hacia Kuala Lumpur, la moderna capital malaya.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.
Regresé entonces a Kuala Besut, y una vez en el continente hice un bosquejo de la ruta hacia el sur. Sorprendido, producto del escaso servicio de traslados con el que me enfrenté, no tardé en corregirlo.
Improvisando, decidí trasladarme hacia una ciudad incluso más al norte que ésta, desde donde me habían informado podría conseguir un ómnibus que me llevase a la prometedora metrópoli. Arribé entonces a Kota Baharu, ciudad ícono del fervor Musulmán donde, agobiado por la pesada compañía del calor que dificultaba en extremo los desplazamientos, preferí esperar a resguardo hasta el momento de partida.
El trayecto que me dispondría sobre el epílogo de este viaje, sobre la conclusión de esta curiosa obra volitiva, sobrevino naturalmente al compás de la oscura noche. Los pensamientos y las reflexiones se enlazaban en vuelo ascendente, suspendiéndome en alturas que por primera vez me permitían observar y comprender algunas realidades que instigan al orbe. La raza humana y su hermandad tan disímil, pensaba. Las culturas y sus codiciosos dueños. La paz, tan escépticamente abandonada.
Llegamos de madrugada, aun sin destellos siquiera del tibio amanecer venidero. Esperé algunas horas en la estación, hasta que el sol vino a buscarme. Aferrado a un sencillo mapa abordé la ciudad a pié. Apoyé mi dedo índice sobre la representación que él hacía de la zona céntrica e inicié la marcha.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.
Seis y cuarto de la mañana de aquel lunes. Yo en Malasia, y todos durmiendo. Esta condición me inyectaba una fresca sensación de libertad que energizaba mis piernas haciendo del exhausto recorrido un liviano y divertido paseo. Sentía por momentos que la ciudad vacía era mi única compañía en tan espontánea caminata.
Poco tiempo después crucé una amplia avenida y sorprendí, en el breve desliz de mis ojos a la izquierda, la sutil mirada de las preciosas torres Petronas. Eran ellas y yo. Su imponente y delicada medida, y mi casi insignificante estructura muscular. Sensata dimensión de grandeza.
A mitad de la mañana, con el rutinario trámite del hostel solucionado, resolví dirigirme hacia el aposento de aquella coronada mujer que con su aguda mirada me había anteriormente seducido. Así fue como inicié una nueva marcha por la ciudad, ahora hacia el filantrópico balcón de las gemelas de acero.
Al llegar, quedé atónito frente a la precisión y el detalle que las torres Petronas exhiben en su armazón. El diseño del plano del suelo de cada torre está basado en las formas geométricas islámicas de dos cuadrados entrelazados que representan, superpuestos, unidad dentro de unidad, armonía, estabilidad y racionalidad. La excepcional altura, sus fuentes de aguas danzantes, y el arte, que generoso impregna cada rincón del edificio, no encuadran en las fotos.
Tras visitar el interior y el hall principal hice algunas averiguaciones para ver si podía subir hasta la cima, que supera los cuatrocientos cincuenta metros sobre el nivel de la calle. Más que satisfecho quedé cuando la recepcionista me informó que, con el turno que me estaba dando, podría, por la tarde, subir hasta el puente que conecta a las hermanas.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.
Como el tiempo era escaso y las actividades que quería realizar cuantiosas, continué con el paseo. Visité rápidamente el parque que rodea a las torres, especialmente diseñado para albergar tanto a niños como a ancianos en una cuidada atmósfera verde. La ruta posterior, por su parte, me permitió percibir la esencia de las calles en pleno movimiento diurno.
Finalmente a la tarde, tras realizar algunas diligencias, me hice presente para trepar hasta el encumbrado palco. Las medidas de seguridad fueron rigurosas pero fácilmente franqueables. El arribo al piso cuarenta y uno, al “puente del cielo” como ellos lo llaman, es intenso y simboliza la puerta hacia el futuro. La vista que de Kuala Lumpur se obtiene desde esos ciento setenta metros de altura es majestuosa.
Sin palabras volví al hotel, y luego de una breve siesta cerré la visita de mi último destino asiático con un paseo por el Barrio Chino. Allí encontré, como suele suceder en estos países, el color de los puestitos callejeros que ofrecen ropas, alimentos y comidas típicas, y artefactos culturales distintivos. La noche era bellísima. Limpia de nubes y llena de estrellas. La temperatura había bajado, orquestando un escenario especial para respirar las últimas ráfagas limpias de un aire de otro mundo.
Me despedía entonces de un conjunto de lugares. Saludaba con gratitud la oportunidad manifiesta que allí había trazado sus pinceladas sobre el inocente lienzo de mi esencia, y pronunciaba en silencio el íntimo anhelo de regresar algún día, para reencontrarme nuevamente con ese especial embeleso que para entonces rebalsaba de mis humildes bolsillos.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel.