¡ Qu é vida tan sufrida !
Crónica de vida y de rebusque en la capital.

Foto: Buque de Papel
Por: Carlos Mario Cuadros, especial para Buque de Papel, Bogotá
Desde que era niña, Rosa Maria veía con nostalgia, como sus paisanos boyacenses emigraban a la gran ciudad y solo los veía nuevamente cuando regresaban para las fiestas de diciembre o de la virgencita de Chiquinquirá.
Criada en el campo y sin conocer más frontera que la vereda donde nació, se imaginó que “algún día haría lo mismo, pero que trataría de no ser tan ingrata con la tierra que la vio nacer”
Sus padres murieron cuando apenas tenía 12 años y le toco dejar el estudio, para ponerse a trabajar. A esa edad en la única labor en la que se sentía capaz de defenderse, era lavando y planchando ropa en las casas de los ricos del pueblo, pero el día en que le quemó una camisa nueva al joven Adres el hijo de don Nicolás, las cosas cambiaron y ya nadie le volvió a dar trabajo, porque “disque lo había hecho a propósito”
La única alternativa que tuvo fue venirse a la capital a buscar un mejor futuro. Al comienzo fue muy duro, porque los paisanos no la recibieron con mucho agrado. “Que se iba a poner a hacer una niña sin estudio ni oficio, en una ciudad tan grande”. Se sentía aislada y fueron muchas las lágrimas que derramó en el rincón donde le tocaba dormir. “Solamente la virgencita bendita sabía de mis penas”
Afortunadamente una vecina se apiadó de ella y le ayudó a conseguir empleo haciendo los mandados en una casa del barrio jardín. Allí terminó trabajando como muchacha de servicio durante casi tres años, hasta que conoció “al toño” y se fue al poco tiempo a vivir con él. Estaban muy enamorados y no quisieron esperar hasta el matrimonio por la iglesia.
La poca familia de Rosa Maria nunca estuvo de acuerdo con la unión, pero nada pudieron hacer, porque la quinceañera se había convertido en una mujer independiente. “Sino me quisieron ayudar a sobrevivir cuando me quedé sola, menos me podían controlar ahora que ya había pasado la etapa más difícil de mi vida”
Los hijos no se hicieron esperar y a los 17 ya tenía la parejita. “El toño” estaba trabajando desde hacía varios meses en una empresa de vigilancia donde le iba muy bien, mientras ella se rebuscaba vendiendo dulces en la entrada de un colegio en el barrio el tunal. La vida le había cambiado para bien y ahora solo vivía para su esposo y sus dos hijos.
Empezó la bonanza de la venta de minutos a celular y Rosa Maria ni corta ni perezosa se lanzó al mercado con la ilusión de encontrar en el negocio la forma de darle educación a sus hijos y ayudarle “al toño” con los gastos de la casa que ya empezaban a aumentar, porque “se habían metido en la deuda de un lote y tenían que empezar rápidamente a construir, antes de que llegara un avispao y les cercara o peor aún se los vendiera”

Foto: Buque de Papel
El cambio fue radical, porque el lote quedaba en la localidad de Suba y el viaje hasta el colegio de ciudad tunal no le estaba dejando mucho tiempo libre para estar con los niños, así que se dio a la tarea de buscar otro punto de trabajo más cerca de la casa.
Después de varios días de analizar su posible lugar de trabajo, se decidió finalmente por la esquina de panamericana cerca de centro suba en el noroccidente de la ciudad. Los dulces y los minutos eran un negocio rentable, pero la necesidad de obtener mejores ingresos le exigía que invirtiera en otra clase de mercancía. La decisión fue unánime, “los paraguas serían nuestra próxima inversión”
Las cosas estaban saliendo bien; hasta que el alcalde Peñalosa comenzó con la persecución a los vendedores ambulantes. El negocio casi se viene al suelo, porque el carro esferado (De ruedas metálicas y hecho en madera) que había mandado a hacer para colgar los paraguas, estuches para control remoto y hasta cordones, ya no le servía para huir rápidamente cuando daban la voz de alerta ante la presencia de la policía.
Ahora también debía sacar una parte de las ganancias, para pagarle al campanero (persona que se ubicaba estratégicamente y les avisaba a los vendedores cuando llegara la policía) porque aquel lugar de trabajo se había convertido en una trampa que en cualquier minuto la podía dejar sin conque rebuscarse la vida y la angustia comenzó a ser el pan de cada día.
De los siete días de la semana, “escasamente se trabajaban cuatro y mal contados”, porque hasta los vigilantes del centro comercial que no tenían nada que ver con la norma, se daban a la tarea de perseguirlos también. Rosa María veía con tristeza como pasaban los días y la situación no mejoraba. “Fueron tiempos difíciles que afortunadamente se calmaron”
Llegó por fin la alcaldía de Lucho Garzón y la esquina volvió a ser una buena plaza. Desde hace casi 4 años estamos trabajando muy juiciosos y seguros, porque aunque “de vez en cuando vienen a molestar, ya no es tan seguido como antes y con el cambio de compañía de vigilancia en el centro comercial, ya no tenemos que pagar impuesto a los vigilantes para que nos dejen trabajar”
“Ahora ya terminamos de construir nuestra casa y el toño está terminando el bachillerato porque quiere hacer una carrera y a los niños hasta ahora no les ha faltado nada para el estudio. Así que creo que ha valido la pena haber pasado por tantas amarguras y angustias con la mercancía al hombro envuelta en una lona, huyéndole a la policía. Esperemos que los próximos alcaldes que vengan nos dejen trabajar y se pueda seguir viviendo en esta ciudad de la que nos quieren sacar, pero que no van a poder, porque nos tenemos que inventar la manera de sobrevivir así no lo quieran permitir”.