Un día vendiendo Bon Ice

Ventas ambulantes en Colombia ¿cura o enfermedad?

Foto: Lis Roldán. Buque de Papel

Por: Katherine Pulido , Buque de Papel , Bogotá

Este es el recuento de un día de trabajo para un vendedor ambulante. El espacio público de Bogotá se está volviendo caótico de nuevo ante la proliferación sin control ni reglas claras de las ventas callejeras.

Luis Rodríguez, un vendedor de Bon Ice, al norte de Bogotá, reza para que el día siguiente sea más próspero. Este hombre de 59 años debe permanecer más de ocho horas de pie para poder conseguir el sustento diario, y aunque no son fáciles las jornadas laborales por cuenta del los cambios climáticos, la falta de tolerancia de las autoridades y por la falta de compradores, este ciudadano lucha para conseguir el dinero que suplirá sus necesidades básicas como son: el alimento y el pago del arriendo de la habitación donde vive.

El día de Luis comienza muy temprano. Su desayuno es un tinto (café) con pan. En ese momento comienzan sus labores. La primera tarea es ir a la empresa ubicada en el barrio Toscana, en el sector de Suba, donde le surtirán el carro en el que guarda su producto, con la cantidad de helados que necesita, tanto de Yogosos (marca de yogurth) como de Bon Ice (helado en barra). “Yo pido la cantidad de helados que quiero, ellos me los entregan contados y por la tarde cuando vuelvo se cuentan los que sobraron para saber cuántos vendí, pago en la agencia y el resto es para mí”, comenta Luis.

El sitio que escogió el señor Rodríguez es cerca de Ciudad de Cali con Avenida Suba, por la gran cantidad de transeúntes que cruzan por el lugar. Allí puede vender en promedio 150 unidades, dependiendo del día (entre semana o festivos), y auque no es el único vendiendo comestibles en el lugar, sí es el único que vende este refresco congelado, por lo menos a unos cuantos metros cuadrados. “Los que vendemos Bon Ice tenemos nuestro sitio fijo y tratamos de no estar muy cerca para no quitarnos la venta” afirma.

Durante todo el día se acercan compradores, en su gran mayoría niños, que lo reconocen desde lejos por su uniforme tan particular. Entre venta y venta y frases repetitivas: ¡a la orden!, ¡¿cuál quiere?! o ¡que vuelva!, se le pasa el día, muchas veces sin poder almorzar, ya sea para no perder la venta o porque éstas no han sido las mejores y no puede descompletar las pocas ganancias.

Muchas veces el sol es inclemente y logra enrojecer la piel de este comerciante ambulante. Otras veces no aparece y es remplazado por lluvia. El viento es otro enemigo silencioso, el polvo y hasta el humo de los automóviles que transitan por el lugar. “Uno se acostumbra a aguantar frío y calor, hasta el dolor de las piernas por estar tanto tiempo de pie. Cuando llego a la casa, me toca subir y bajar escaleras para que se me pase un poquito el dolor y poder dormir”, dice Rodríguez.

Pero no sólo las condiciones climáticas son un reto para este hombre: las autoridades en cumplimiento de las órdenes de la Alcaldía para recuperar el espacio público lo “corretean”, como vulgarmente se dice, para no dejarlo vender. “La policía molesta mucho y le toca a uno salir corriendo”, afirma.

Como Luis, hay millones de colombianos que tienen que rebuscarse para comer y subsistir. De esta forma se logra un pequeño salario para poder vivir, al menos para comprar un pan y hacer tinto (café) para comer y beber.

Foto: cortesía archivo

Lo bueno y lo malo de las ventas ambulantes, el eterno conflicto

Aunque la orden es recuperar el espacio público, las ventas ambulantes se toman cada día una esquina más de las ciudades colombianas, como en Bogotá, donde las calles principales se están llenando otra vez con los ambulantes desorganizados.

El problema está en la falta de posibilidades que tienen los colombianos para acceder a un puesto dentro de una empresa, bien sea por falta de vacantes o por razones tan insulsas como la edad y la falta de conocimientos sobre determinado tema, cuando el primer requisito solicitado dentro de una compañía es el de tener experiencia en el cargo.

Según encuestas realizadas por el DANE durante febrero de 2007 y enero de 2008 la tasa de ocupación de los colombianos fue de 51.3% y la tasa de desempleo fue del 11.1%. Entre los años 2007 - 2006 la tasa de desempleo fue de 12.1%.

En estas estadísticas se observa que la población desocupada ha bajado con respecto al año anterior, según el gobierno. Por otro lado las estadísticas del estudio realizado por el Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, y la Contraloría General de la República, demuestran que para los años 2002-2006 la tasa de desempleo estaba alrededor del 11.5%, con más de 2.3 millones de desempleados.

A pesar de las cifras, en cada esquina, en cada calle de pueblo o ciudad colombiana el llamado “subempleo” o rebusque es numeroso, tanto como para creer en una estadística polémica y a veces desvirtuada.

Según Rafael Espinel politólogo y profesor de la Universidad INPAHU, de Bogotá, el problema radica en la falta de recursos económicos de la gente. “A mayor pobreza, mayor desempleo, por ende mayor cantidad de vendedores ambulantes” afirma. De igual forma argumenta que si se tiene en cuenta esta posición, la única opción de los colombianos desempleados es poder subsistir dentro de esta sociedad, comercializando mercancía informalmente en las calles, convirtiéndose esto en una ayuda para obtener dinero.

“Los vendedores ambulantes ven en las ventas callejeras una forma de trabajo”, dice Espinel, lo cual se interpreta como una forma de “rebusque” en el que se gana pero no se le paga al país. Bajo este pretexto y la necesidad de recuperar el espacio público estos vendedores informales son perseguidos por las autoridades. La pregunta que surge otra vez es, ¿si en las encuestas sobre desempleo, estos subempleados como el DANE llama a esta población, son tenidos en cuenta dentro de la tasa de ocupación?

Existen asociaciones en pro de los vendedores informales como ASOPROCO y COOVEDOR entre otras, las cuales según el decreto distrital 419 del 5 de octubre de 2006 se crearon como resultado de la agremiación de vendedores informales, que desarrollan actividades comerciales en las llamadas Zonas de Transición de Aprovechamientos Autorizados, en pocas palabras los centros comerciales que adecuó la anterior administración capital, y donde la mayoría de ellos prefirieron estar en cambio de la calle.

Para el profesor Espinel, el gobierno distrital de Bogotá ha adelantado propuestas alternativas para minimizar el desempleo, pero no han dado el resultado esperado, Una de ellas es el programa “Misión Bogotá”, que se creó para reintegrar a la vida laboral a bogotanos sin trabajo y que son vendedores ambulantes, en su mayoría. El plan, según el docente, no dio resultado, por cuanto “las condiciones contractuales de estos ciudadanos en el programa no garantizan una continuidad laboral en el futuro, y además imposibilita a dichos beneficiarios, con la firma de una cláusula, a volver a ejercer la venta ambulante luego de vencido su contrato”, comentó.

Otro programa para la solución de este problema es el llamado Plan Maestro de Reubicación, pero hasta el momento tampoco ha obtenido buenos resultados. “La falta de avance en la materia, no sólo deja de beneficiar a los vendedores informales, sino que está llevando a que nuevamente se invada el espacio público recuperado”, informó en días recientes la Personería de Bogotá.

Aunque no se sabe con certeza para dónde van las estadísticas y ni quien tiene la razón sobre el tema, las ventas ambulantes siguen siendo una realidad que muchos colombianos deben afrontar por la falta de posibilidades laborales, con el fin de poder conseguir un sustento económico y tratar, no de trabajar, sino de sobrevivir.