Moncayo es un profesor de la vida
Una semblanza de esperanza con el padre de uno de los soldados secuestrados por la guerrilla en Patascoy, hace 11 años.
Por: Camilo Fajardo Cabrera , e special para Buque de Papel , Bogotá
Sentado en la mesa de un restaurante, mientras compartíamos el almuerzo, una sucesión de luces intentaba cegar mis ojos. Era un gran número de cámaras, esferos y hojas las que buscaban, con afán, registrar el recuerdo con un gran hombre, un ilustre hijo de las tierras del Galeras, el caminante de la paz y la libertad.
Entre abrazos y voces de aliento solo pude limitarme a observar en el brillo de los ojos, de quien fue mi profesor, la nobleza del amor incondicional, ese amor que todo lo puede, todo lo cree, todo lo perdona y entiende. Ese amor que nos dejó como mandato un Carpintero hace un par de milenios.
Recordé que en clase hablaba con mucha propiedad sobre la geografía de nuestro país. Quién iba a imaginar que era el vaticinio de una epopeya de amor, una caminata en busca de la libertad de aquellos héroes que tenemos condenados al olvido, los mismos que se pudren en la selva mientras los inamovibles del odio y el rencor se alimentan de intereses politiqueros y show mediáticos.
Confieso que me causa gran impacto ver cómo un recorrido a pie por medio país, compartiendo con los más necesitados, puede afianzar tanto el pensamiento de alguien, impulsarlo a luchar, desde las bases, para la construcción de una nueva Colombia donde reine la justicia con equidad social.
Es impresionante saber que un hombre prefiere sentarse en la esquina de una tienda a compartir con la gente del común, esa que debe acostarse sintiendo el rigor del hambre, la misma que no puede conciliar el sueño porque las deudas la agobia y lleva varios meses sin empleo. Sentarse a compartir sus anécdotas con un pan y una gaseosa para no contaminarse del mentiroso caviar de los politiqueros, el extraseco vino de los vende patrias, los mismos que engordan terrenos asegurando una posición que después les ayude para no caer en manos de las cortes internacionales.
Pero lo más asombroso es saber que la convicción rompe todos los paradigmas cuando lleva hasta el lecho, hasta el sitio más íntimo de su descanso las cuestionadas cadenas que lo identifican como una víctima más de la indolencia de los intereses electoreros.
Después de casi dos décadas de haber recibido clases de música y geografía ahora puedo decir que conozco a Gustavo Moncayo. Estoy aprendiendo sus enseñanzas y, al igual que él quiero graduarme en la “universidad de la vida”, esa misma que nos impulsa a entregar nuestro propio existir, si es necesario, para convertirnos en la voz de aquellos que nunca serán escuchados.
Estos son los verdaderos maestros, los que enseñan lecciones que quizás nunca olvidaremos, lecciones que ellos aprendieron acrisolándose todos los días, como el oro, en medio del fuego del dolor y la indiferencia, gritando cada vez con fuerza la palabra ¡LIBERTAD!