Empeño de hombre ambulante

La crónica viajera desde Nueva Zelanda.

Foto: Buque de Papel .

Por: Renzo Opromolla , c orresponsal , Buque de Papel , Waitomo , Nueva Zelanda

Me siento hoy a escribirles desde paisajes húmedos donde los tímidos valles se dejan avasallar acechados por los asestes de una legión de cerros, lomas y praderas. La abundante brisa de salitres de aquella ciudad costera que hasta ayer nos albergó, hoy dibuja en el recorrido de su impotente mirada el revés de nuestra llegada. Espalda que empuja a la aventura, rostros ávidos de cruzada. Humilde bienvenida a Waitomo, ciudad de mineros y antiguas cuevas subterráneas.

Ya un poco más mezclados con el color del helecho nacional, emprendemos nuestra primera migración en territorio neozelandés. Prisioneros de nuestro propio equipaje y presupuesto, ponemos sobre el tapete las destrezas cosechadas a fin de potenciar nuestras consciencias y atesorar al máximo lo que vamos sorprendiendo.

Los últimos días en Tauranga transcurrieron urgentes, repletos de aspectos por conciliar antes de nuestra final despedida. La casa y los compañeros de piso. Los empleos, y el siempre inesperado saludo con estos colegas de traspaso. El “adiós” en suspenso al impecable Pacífico. El repetido ritual de la mudanza en manos del hombre ambulante que se enfrenta, acorazado, a nuevas y plurales comunidades, cada vez que emprende un nuevo traslado.

Las atracciones que nos suelen movilizar cautivan nuestro fuero interno haciendo que aquel curioso conjunto de matices se imponga de tal manera que nuestra voluntad se rinde encantada. Así vamos los hombres recorriendo este planeta. Así elegimos visitar países distantes y peligros imprevistos. Para disfrutar de lo diverso. Para experimentar puramente esa inabarcable sensación de minucia frente a la infinitud imponderable del universo, plasmada en ciertos paisajes y perspectivas imperceptibles con los sentidos físicos. Los interrogantes, las ideas y los menos tipificados modos de estremecimiento efluyen allí forzando las más confinadas puertas de nuestro espíritu.

De esta manera, improvisando con nuestro equipaje y comodidades, recorrimos aquella primogénita ciudad coronada por grutas y ríos secretos. La tarde nos sorprendió poniendo nuevamente los pies de neumático sobre el tibio asfalto con miras al norte. Allí seríamos recibidos por las negras playas de Raglan, ribereña ciudad de “surfers” (surfistas) y acantilados imponentes.

El mar de Tasmania yacía ya en su lecho aquel cálido anochecer. La bahía compartía como un buen amigo de años la contigüidad arbitraria con el diminuto pueblo. El bulevar principal acogía con sospecha la llegada de nuestro jadeante coche. Los rostros de los viajeros mostraban una mezcla de cansancio en ascenso y preocupación, debido a la necesidad inminente de encontrar un hostal donde pasar la noche.

Foto: Renzo Opromolla. Buque de Papel .

La mañana, pese a nuestros exhaustivos esfuerzos, nos sorprendió arropados incómodos en los asientos de nuestro automóvil. La oscuridad quedaba atrás, y el suave amanecer acercaba un día de playa promisorio. La arena rozaba un color ceniciento y opaco, debido a la alta presencia de hierro en su materia. La desbocada ensenada se extendía inabarcable hacia el norte, mientras se perdía entre las lomas que la cercaban. La nueva caída del sol y el resplandor de un nuevo día que culminaba nos devolvieron a la gran vía sin casi notarlo. Unos precisos mates acompañaron nuestra salida, mientras algunas galletas apaciguaban la apetencia característica luego de una tarde en el mar.

La secuencia parece repetirse, mas la expectativa sobre un nuevo e inimaginable destino a solo un par de horas de volante arrasa con cualquier pensamiento mortuorio o inerte, logrando fugazmente contribuir a estados de ánimo sumos, llenos de energía y vitalidad. La grandeza del descubrir lo ignorado, de moverse, de vivir, rebalsa nuestras venas con el flujo de un existir que se amplía. La posibilidad de experimentar en primer persona la magnificencia que define nuestro planeta y naturaleza es un bien intransferible que toda la humanidad tendrá que, poco a poco, aprender a descubrir.