Cerro de M onserrate: una visita inolvidable

Crónica de un ascenso santo a una de las montañas pilares de Bogotá

Foto: Buque de Papel.

Por: Buque de Papel , Bogotá

Durante la Semana Mayor el Cerro de Monserrate, uno de los principales atractivos turísticos de Bogotá, ubicado al oriente de la ciudad, recibe miles de visitantes que son atraídos por el lugar que con más de 400 años de historia.

El lugar ya es reconocido en todo el país e incluso en varias ciudades del mundo por los maravillosos espacios que ofrece para el goce espiritual y por la belleza y tranquilidad proporcionada por su entorno ecológico. Esto, sumado a que ofrece una espectacular vista de la ciudad y sus alrededores lo convierten especialmente durante los días, Jueves y Viernes Santos en uno de los lugares de peregrinación con más afluencia de fieles.

La presencia allí del Santuario al Señor Caído de Monserrate, con la particularidad de encontrar a Cristo no representado en la cruz, sino camino a ella como en una de las estaciones en su recorrido hacia el calvario, es una razón más por la cual miles de creyentes se congregan en el lugar en épocas de reflexión y encuentro.

Y es que pese a su altura, el cerro se encuentra aproximadamente a 500 metros más sobre el resto de la ciudad, Monserrate cuenta con tres alternativas de acceso que según facilidad o necesidad de los usuarios, son aprovechadas. Dichas vías son el funicular, el teleférico y a pie. Pero tal vez la vía más utilizada por los fieles durante ésta época del año es el camino de escaleras.

Cientos, tal vez miles de escaleras hechas en piedra conforman el camino que inicia a unos metros de la Quinta de Bolívar y termina en la capilla del cerro, un extenso recorrido que según los objetivos y las condiciones físicas de quienes suben, puede tardar entre cuarenta y cinco minutos, una o dos horas. Pero sí es por competencia, en otras épocas del año, los cronómetros para ciclistas y futbolistas que allí entrenan se detienen en los 17 minutos.

Foto: Buque de Papel.

Los feligreses

Niños de brazos, otros pequeños caminando, ancianos solos o acompañados, discapacitados, familias enteras, fieles descalzos u otros cargando la cruz quizás buscando pagar una de esas promesas que se hacen para la consecución de un trabajo, el alivio de una enfermedad o simplemente rogando por el cuidado de la familia, son el tipo de personas que pueden apreciarse en dicho recorrido.

Todos dentro de sí saben cuáles son las razones que los llevan allí, pero lo cierto es que al momento de subir todos parecen ir juntos, algunos sin conocerse se ayudan en la dificultad; y es que la aglomeración de personas, el intenso calor y la altura, en muchos causa trastornos que los obligan a detenerse en el camino, a sentarse, e incluso a necesitar la ayuda de los organismos de socorro o de los miembros de la policía, que para la época están prestos a brindar la atención necesaria.

La presencia de tiendas, la mayoría de ellas improvisadas a lo largo del camino y en las cuales predomina la venta de bebidas para calmar la sed, es un alivio para aquellos que sienten necesidad de hidratarse incluso al poco tiempo de comenzar a subir. Algunos hasta deciden quedarse un buen rato en estos lugares, porque en muchos de ellos puede conseguirse cerveza y para aquellos aún más exigentes la chicha, el masato y el guarapo también hacen su aparición en el lugar. Claro, después las basuras quedan por doquier.

Sin duda la Semana Santa es una fecha oportuna para las personas que deciden extender sus negocios a lo largo del camino; durante el recorrido pueden encontrase además de toda clase de bebidas: velas, escapularios, afiches, candelabros, camisetas, cruces, gran variedad de comestibles, entre otros muchos productos que muy seguramente ayudan a apaciguar un poco la difícil situación económica afrontada por quienes se dedican al trabajo informal en la capital.

Foto: Buque de Papel.

Foto: Buque de Papel.

Foto: Buque de Papel.

Foto: Buque de Papel.

Rostros cansados, sudorosos y de tonos diferentes pero también llenos de satisfacción llegan por fin a la cima del cerro. Allí donde aún sin recuperarse de la falta de aire se alcanza a delirar, pero al mismo tiempo donde todos los pensamientos atravesados en el camino comienzan a hacerse realidad.

Una vez en el lugar todos toman rumbos diferentes; participar de la misa, visitar al Señor Caído de Monserrate, darse un paseo por el lugar, comerse un tamal con chocolate o algún alimento tradicional de toda la gama de productos comestibles que ofrecen sus restaurantes, tomar unas fotografías y finalizar comprando un recuerdo de la visita en una de las tantas tiendas artesanales establecidas en lo alto de la montaña, son algunas de las alternativas que ofrece Monserrate a sus visitantes, cada año, durante la Semana Santa.

Pero como “todo lo que sube tiene que bajar”, una vez colmadas las expectativas por el lugar, aquellos que hicieron tanto esfuerzo por subir deben comenzar a descender, llevándose en sus mentes recuerdos inolvidables del lugar y llenos de satisfacción por haber estado a 3100 metros sobre el nivel del mar en uno de los lugares tal vez más hermosos del país, donde la historia del santuario, las aventuras y las leyendas se conjugan con la fe.