La muerte se pasea en el centro
Crónica de un asesinato en plena mañana.
Foto: Redalyc
Por : El Capitán * , Buque de Papel
Viernes en la mañana. Frío en el ambiente y el sol que comienza a calentar el día prepago del fin de semana. Todo el mundo caminando hacia sus lugares de trabajo y estudio, con la ansiedad típica de acabar algo pesado y la ilusión de la rumba y del desorden nocturno, para la mayoría, y la depresión de la rutina, para otros, que se encierran en sus mundos grises y áridos de la soledad.
Aglomeración en con Carrera Séptima, en el corazón de la ciudad. Es típica la montonera en esta esquina, donde los esmeralderos desde hace años adelantan sus transacciones, amores, crímenes, y los raponeros, ladrones y atracadores, como secuestradores, confeccionan sus “tareas”, en los negocios de comidas y cafeterías de los alrededores. Antes eran los cafés del 48, desde donde también salieron los sicarios pagados por políticos y gringos de , que mataron en esa misma esquina, a Gaitán.
Rumbo a mi trabajo, detrás de de Nariño, a la que le falta mantenimiento y se está deteriorando, reparo en la montonera. La gente abre un círculo en medio, como cuando un mimo le toma el pelo a la gente imitándola en su forma de caminar, o cuando un “culebrero” –quedan pocos- engatusa con sus menjurjes y pociones para la suerte y el desamor. Cuando me acerco aprecio un policía de motocicleta apeado y urgando el radioteléfono portátil que cuelga de su cuello, no muy convencido. Finalmente, en el piso lo veo: el cuerpo bocarriba de un morochito, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos.
Sin detenerme aminoro la marcha y avisoro que sus ropas están trajinadas y raídas y con la mugre de semanas sin baño. Al ver su cara calculo unos 15 o 16 años. El policía que intenta acercarse, no muy convencido y con asco en su expresión, para mirar si tiene pulso. De repente, dos perritos famélicos como el dueño se le lanzan al agente que retrocede. No lo dejan tocar. Uno de ellos chilla y se echa a su lado con la mirada perdida.
El murmullo de los curiosos crece. Se cuentan entre ellos qué sucedió: “ se agarró con otro “ñero” y seguro lo iba a robar, porque sacó el puñal y se lo clavó de una. Ahí lo dejó frío. El ‘ mancito ’ se voló ”; o “ fue un escolta que le dio “plomo”, porque iba a atracar a una pelada universitaria ”. Como siempre, y como ocurrió en esa misma esquina hace casi 61 años, versiones encontradas de lo sucedido, y la verdad se pierde, una que sólo la saben el muerto y su asesino.
La ambulancia que no llega a tiempo porque la vida de un “ñero” ¿para qué?, como tampoco la del político incómodo o la del periodista “sapo”. Lo miro una vez más y ya el rictus mortuorio blanquea al morochito. No veo sangre en el piso y menos en sus ropas. La teoría del balazo o del puñal la deberán establecer, y en forma totalmente rutinaria, los “paleteros” de Medicina Legal, para luego depositar su cuerpo en una fosa común, donde usará su nuevo nombre para la eternidad: “NN”. ¿Y el asesino? Seguramente comerciando esmeraldas o tomando tinto en Café Pasaje; o escoltando a algún personaje, o reciclando desperdicios y atracando a niñitas universitarias en el centro.
Y la vida, al momento de seguir caminando continúa, supera de nuevo a la muerte, y como en la rutina impune de siempre en Colombia –parafraseando a Serrat- “todo pasa y nada queda”.
La muerte volvió a pasear en el centro de la mano de su amante lesbiana: la impunidad; como hace 61 años, como hoy, como lo hará mañana.
Colilla. Una amarga. Volvimos al ejercicio de las masacres. Ya no hay “paras” como organización para echarles la culpa de todas. Hoy se llaman “bandidos emergentes”, algo que el todopoderoso y su asesor de paz, el loquero Restrepo, nunca pensaron en el llamado “posconflicto”. Emergentes o narcos están asesinando a negros e indígenas. Pero también, siguen en esa espiral de violencia y muerte, los otrora llamados “guerrilleros”, hoy asesinos sicópatas, a quienes no les tiembla la mano para bombardear una iglesia llena de niños, como en Bojayá, Chocó, o recrear los fuegos bíblicos del infierno, con la voladura del oleoducto en Machuca, y ahora, con el crimen de 27 indígenas Awá, en Nariño. Pero como son indígenas no hay movilizaciones ni marchas del “No Más”. Sólo los comunicados de rechazo de siempre y el cruce de acusaciones entre Gobierno, y opositores - periodistas - oenegeros .
A los Nukak Makú no se los tragó la selva durante 500 años, los acabaron los narcoguerrillerosparamilitares que los expulsaron de ella. ¿Y quién se acuerda de ello y de ellos? Sólo a quienes nos llaman “locos” y a quienes nos asquea tanta muerte y tanta impunidad.
*Abogamos por una postura de centro. No nos gustan los extremismos de derecha ni de izquierda, y a ambos les damos duro y por igual. La vida no es blanca ni negra, es de matices y como tal, hay que entenderlos y tolerarlos. Pensar y amar son las tibias de nuestra bandera calavera. Asaltamos la rutina y hacemos de lo cotidiano una noticia.