Tailandia: ensalada de aroma y tonos impetuosos
Llegamos al otro lado del mundo.

Por : Renzo Opromolla , c orresponsal itinerante , Buque de Papel, B angkok, T ailandia
El calendario ya no presentaba más casilleros a tachar cuando percibimos que aquella optimista idea de zarpar hacia aguas del sudeste asiático nos ponía a la vera del vuelo inicial. Faltaban solo horas para desembarcar en Bangkok y palpar físicamente la realidad de un país al que siempre creímos inalcanzable.
Con una escala previa en Sydney llena de sorpresas, pisamos la capital Tailandesa cerca de la medianoche. Al salir del aeropuerto pusimos en práctica algunos consejos que habíamos recibido, y pese a que no sabíamos cuál podría ser la respuesta de los locales, comenzamos por ensayar el arte del regateo.
Después de reducir el precio inflado del taxi casi a la mitad, emprendimos camino hacia la renombrada Khao San Road. Sabíamos que una vez allí encontraríamos un amplio surtido en alojamiento. El calor no se hacía ausente, aun cuando rozábamos el inicio de la madrugada.
Al descender del coche nos sorprendió la cantidad de occidentales que transitaban aquel sucio y maloliente par de cuadras. Los carritos de comida, los puestitos de frutas, y las tiendas que ofrecen artículos para el turista se extienden a lo largo de toda la calzada. Los bares, restaurantes y “Guest House” (hostel, para los occidentales) terminan por completar un panorama misceláneo que empalaga. Conseguimos en ese excéntrico escenario una muy sencilla habitación para dos personas por unos 250 Bahts por noche (algo así como 8 dólares).

Por la mañana encontramos que la misma calurosa y cargada calle de la noche anterior se había descomprimido ampliamente. A pocas cuadras avistamos un monasterio budista al que nos acercamos para curiosear. Seguimos después en búsqueda de información turística y no tardamos en sorprender cómo funcionan algunas cosas: muchas de las empresas de turismo juegan con el saber común del viajero al presentarse, camufladas, como desinteresadas prestadoras de información.
Ingenuo al principio, no tarda uno en descubrir el fin ultimo que persiguen, y va poniéndole a cada cosa su verdadero nombre. En este recorrer-descubrir constante nos animamos a subir en las tan conocidas motitos “Tuk-Tuk”. Sobre ellas también delatamos comportamientos dudosos, ya que en los trayectos realizados nos detuvimos varias veces en diferentes negocios que nunca habíamos indicado en el recorrido. Después recién comprendimos que los chóferes recibían allí particulares beneficios por traer turistas con dinero.
Aquel día se festejaba en Tailandia el “Budha Day”, conmemoración anual en la que todos los templos budistas son abiertos para ser visitados por tailandeses y forasteros. El movimiento era sorprendente en un país con noventa y cinco por ciento de seguidores de Buda. Recorrimos en esa jornada más de cinco templos a los que llegamos en Tuk-Tuk. Nos explicaron en ellos aspectos de esta tradición religiosa y sobretodo nos puntualizaron el conjunto de peculiaridades que determinan a cada templo.
Luego de visitar el último de los santuarios previstos, y sin dejar de pasar por varias tiendas a las que nuestro chofer nos llevaba sin siquiera consultar, expresamos que nuestro próximo destino sería la zona comercial de la ciudad. Éste al escuchar nuestra petición no demoró en comentarnos que él no podría concluir con el recorrido previsto debido a que ya no tenía ganas de seguir conduciendo.
Sorprendidos, escuchábamos cómo nos sugería que tomásemos un taxi hasta el ansiado punto de la ciudad. Finalmente, lo convencimos para que nos acercara hasta un punto conveniente desde el cual continuar a pié.
Conocimos así el rigor del abrumado calor sobre nuestros pasos. Recorrimos calles increíbles. Nos metimos en el corazón, en el alma de una Bangkok llena de sonrisas y de rostros amables. Disfrutamos de poder estar allí, de poder observar simplemente cómo vive esa gente en el otro costado del mundo. Autentica, espontánea e improvisada, Tailandia hace honor a su nombre: Tierra de la gente libre .