A rtista que no inventa no lo es , copia

Así lo ratifica el maestro Santiago García, toda una vida en el teatro.

Por: Alejandro González González , e special para Buque de Papel , Bogotá

Santandereano de nacimiento y “rolo” de corazón, el Maestro Santiago García ha hecho de Capital una compañera inseparable. Ella, “Atenas” en Suramérica. Él, colombiano en Bogotá. Ella, una ciudad fría, bohemia, conservadora, liberal y rebelde, cobijo de poetas, filósofos, escritores y periodistas. Sede de tertulias, debates y agitación política. Él, joven, inquieto, creador, estudiante, rebelde, artista, soñador y teatrero.

Como alumno del director japonés Seki Sano, que, para la época,1957, se encontraba en el país dictando talleres de actuación para televisión, recibió la influencia dramatúrgica del ruso Stanislavski. Años después viajó a Europa Oriental. En de Praga, en Checoslovaquia, estudió artes escénicas. También de sus inicios reconoce la contribución del actor, literato y ensayista colombiano, Enrique Buenaventura; le da crédito Atahualpa del Chopo, director uruguayo, y, valora los clásicos del teatro alemán, Peter Weiss y Berthold Brecht.

Defensor de la colectividad creadora, la independencia artística, decidió en compañía de otros colegas fundar los grupos el Buho y de último, evolucionó hasta convertirse en su hijo consentido, al cual ha entregado sin mezquindades su talento innovador: El Teatro de Bogotá, del cual es director desde el año 1966.

Referirse al Teatro , descuidando la memoria y el juicio del maestro García es una entelequia. Son casi un sólo ser, se funden en inseparable combinación mística y creadora. Reciprocidad misteriosa entre arte y artista, entre escenario y actor, entre público y personaje. Imposible separarlos; la ausencia de uno es la agonía del otro: “es mi profesión de vida, de la cual yo dependo totalmente; económica, mental, e instintivamente”, asegura García.

Ha dado vida en muchas creaciones; ha entregado el alma a cada personaje. Con la generosidad de los sentidos aplausos, ha colmado su inquebrantable deseo de continuar de pie en las tablas, burlando el paso del tiempo. Cuarenta y tres años después, el repertorio es extenso. Las creaciones propias son variopintas: “Corre corre Carigüeta”, “Maravilla Estar”, “La trifulca”, “Manda patibularia” y “El Quijote de ”, entre otras. La lista también es extensa en adaptaciones y creaciones colectivas. El maestro no da tregua. Los años no lo delatan, el tiempo se ha vuelto su cómplice, y la creación, su sombra eterna.

El espejo de la contradicción

Su más reciente universo escénico es “A Título Personal”. Una obra que recorre el teatro desde la entrada hasta la “Caja Negra”. Función innovadora, variable, dinámica, vital; de públicos diversos y de crítica positiva. La mezcla entre experiencia y nuevo talento transmite energía, despierta sensaciones y da ímpetu a cada acción.

El llanto y la agonía de un indígena U'wa soportando la tortura y el dolor dejado por la mutilación de sus dos pies, es el primer acto. El espectador observa la tragedia, escucha los alaridos en lengua extraña y se retira para darle pasa al que sigue en el montón. La siguiente escena es en el jardín, ubicado el centro de la vieja casa. Los jardines colgantes, flores, cuadros, puertas, faroles, ventanas, afiches, y la vieja fuente, conservada al sol y al agua, hacen el escenario. En esta ocasión cae una lluvia copiosa, pero los actores no se inmutan. Algunos personajes parecen salir de la nada, y otros, de la oscuridad. El público, que ya no es público, se confunde con la escena. Uno es parte de la escena y la escena es parte de uno.

En la cafetería es el siguiente acto. El público se acomoda a su gusto. De pie o sentado. Esta autonomía confirma que la línea entre escenario y espectador se ha resquebrajado. Una mujer gruesa, de vestido abombado, zapatos altos y maquillaje recargado- subida en una mesa- interpreta una canción lastimera. Sus alaridos son exagerados. A sus pies, el “guacharaquero”, el guitarrista y el acordeonero, la acompañan con gestos desgastados. El generoso aplauso del público indica el paso siguiente.

La masa avanza y con ella avanza la obra. En el pasillo, camino a la “Caja Negra”, aparece un personaje con pelo y cara de perturbado. Habla incoherencias existenciales: “debo llegar a tiempo y asistir, esto, para permanecer en asistencia. Si asisto existo, sino asisto, cómo existo” , remata. Las reflexiones y las convulsiones lógicas sentenciados aturden la mente, y los interrogantes, saturan la razón.

El final del recorrido es la sala de teatro. La “Caja Negra”. De los personajes, algunos se confunden con la realidad, y otros, no pueden ocultar su deuda con la imaginación. Quiméricos, perturbados, folklóricos, presentes y ausentes. Músicos y cantantes, despechados y científicos, bailarines robotizados y mujeres hechas presa de carne. Así son algunos de los personajes que le dan vida a “A Título Personal”. El espectáculo anida sentimientos contradictorios. Refleja realidades. Debaten la alegría y la tristeza, el amor y el odio, vida y la muerte, la esperanza y el desconsuelo, lo personal y lo colectivo.

Nada sobra y nada hace falta. La utilización del video y la proyección de imágenes forman una simbiosis novedosa y atractiva entre tecnología y tradición. La curiosidad del espectador es sincera y atenta. Los estados de ánimo son contrarios. Cada acto genera interrogantes. Cada personaje es un misterio plausible. La obra se mantiene, nunca se cae. Refleja realidades. Causa reflexiones y risas. Eso es el teatro, el espejo en el cual la sociedad toma conciencia que puede representarse así misma.