Abordaje de espacios soberanos

Volver al origen en este recorrido de nuestro corresponsal por el lejano oriente.

Foto: La ruta nos devuelve a la solitaria costa sobre el Mar de Tasmania.

Por: R enzo Opromolla , c orresponsal itinerante , Buque de Papel , Queenstown , Nueva Zelanda

Tras pisar Bangkok y previa escala en Sydney, las negras ruedas del avión raspaban nuevamente las frescas tierras neozelandesas. Apartadas en el tiempo quedaban las altas temperaturas del sur de Asia cuando la brisa característica de Wellington nos recibió en su prolijo aeropuerto.

El arribo no fue más que una instancia de tránsito, y luego de arreglar algunas cosas que habían quedado pendientes, volvimos a arrancar. Pasamos entonces dos días en la capital. Acto seguido compramos los tickets para el ferry que cruza hacia la isla sur del país.

Como muchos deben tener presente, Nueva Zelandia es un país compuesto por dos grandes islas, una norte y una sur, y de varias otras secundarias.

Auckland, la ciudad más importante en cuanto a población y dimensiones. Se ubica en la parte superior de la isla norte, mientras que la capital, Wellington, es la última ciudad al sur de la misma isla. Esta posición geográfica la instituye en ciudad bisagra entre ambas islas.

Picton es el otro polo de la trayectoria entre los cuales circulan, infatigablemente, las embarcaciones de trasporte.

Fue así como nos embarcamos aquella mañana. El frío y las fuertes ventiscas embestían desde hacía ya un tiempo los altos edificios erguidos junto a las dársenas. El cruce por el Estrecho de Cook exhibió olas pesadas que ondeaban el casco de la nave, y algunos anfitriones delfines que escoltaron buena parte del recorrido. Horas más tarde, en medio del atardecer, entrábamos en la pequeña bahía del puerto de Picton. Sin demorarnos conseguimos alquilar un auto e iniciar, con expectativas, un intenso recorrido por la costa oeste de la isla, hacia Queenstown.

La noche imponía su penumbra, mas nosotros seguíamos adelante. Sosteníamos un rústico mapa y confiábamos en nuestros entrenados sentidos en el intento por concretar con precisión, en ese desconocido contexto, los delicados empalmes entre las rutas.

Pasamos así por distintos pueblitos, tejiendo una cálida sensación de compañía que hilvanaba con acogedoras puntadas el lienzo del avance. La región viñera del norte desprendía a nuestro paso el encantador perfume de la vid, la sombra áspera de las sierras, y el púrpura tinte de la seducción.

Pronto dejamos atrás los valles del vino para ir acercándonos hacia la costa del Mar de Tasmania. Cruzamos más de siete pueblitos, en su mayoría minúsculos, algunos con menos de doscientos pobladores y otros un poco más grandes. Esta es una realidad característica de este país que presenta niveles demográficos delgados, cuyos síntomas se revelan en la enorme cantidad de pueblos y ciudades menudos que sostienen la nación.

Foto: el parque y los arroyos que rodean al glaciar Franz Josef .

Con el amanecer del nuevo día reanudamos los pasos y continuamos por una preciosa ruta costera contigua al mar. De tanto en tanto nos alejábamos de las solitarias olas, cuando la senda del camino adentraba tupidos bosques de verdes pinos recostados sobre un espeso colchón de hojas cobre.

Foto: El glaciar Franz Josef

Encontramos, ingenuamente dispuesto a ser visitado, al imponente Glaciar Franz Josef, que desciende entre dos montañas copiando la forma de un prehistórico brazo de hielo. Improvisamos un poco y caminamos bordeando el arroyo que fluye del deshielo, aproximándonos lo más que podíamos hasta la base del glaciar. Luego de un par de horas de caminata volvimos a partir.

En el resto del trayecto desviamos para espiar al glaciar Fox, menos accesible que el antes descubierto. Volvimos así a alejarnos momentáneamente de las montañas cuando la ruta nos devolvió a la desierta playa. Rato más tarde volvíamos a sortear montañas, colinas y lagos remotos hasta desembarcar en Queenstown.

Iniciábamos en ese arribo una nueva etapa; terminábamos también una anterior quizás insuperable. Recorríamos entonces la otra mitad ignorada de una nación cuyas caras son sorprendentemente disímiles, y en donde los esparcidos pueblitos han sabido entramar la red de una solitaria soberanía insular.

Foto: Estrecho de Cook, que separa la isla norte de la sur.