Caminando entre los rieles hacia la selva
Seguimos en oriente, en Tailandia.

Por: Renzo Opromolla , c orresponsal i tinerante , Buque de Papel , T ailandia
Con las mochilas aprontadas nos acercamos a la estación en medio de un descomunal diluvio. Aguardaba en su interior un opaco tren de acero en el cual nos trasladaríamos hacia Chiang Mai, una importante ciudad al norte de Tailandia donde permaneceríamos algunos días buscando continuar con la découverte de este exótico país.
Las vías oscurecidas por la noche nos mostraron un poco de los suburbios de Bangkok, y a medida que nos fuimos alejando de la capital todo fue disponiéndose para disfrutar de un delicioso y relajado recogimiento. Junto a nosotros viajaban también un numeroso grupo de estudiantes secundarios, que aprovechaban el tiempo de espera para propiciar un efervescente clima de intercambio.
Temprano por la mañana despertamos en espera del desayuno. El guardia desarmó las camas y volvió a organizar las butacas y la mesita. El alimento, en porciones pensadas para satisfacer estómagos orientales, dejó al nuestro a mitad de camino, por lo que aguardábamos con ansias el momento de arribo.
Al pisar el andén nos movimos en búsqueda del hombre que nos llevaría hasta nuestro hotel, quien no tardó en hacerse presente. En el camino por la pintoresca ciudad analizábamos el itinerario de actividades que para ese destino habíamos previsto. Éste comenzó a materializarse en una primera recorrida por la ciudad que hicimos a minutos de habernos ubicado en los cuartos.
El sol pisaba allí con vigor, calando sobre nuestro desacostumbrado pellejo. La hora de la tarde recién iniciada deshidrataba nuestros pasos, que por momentos encontraban alivio en una liviana brisa primaveral. La recorrida nos acercó hacia un oriundo mercado de comidas y trasto. Allí nos detuvimos para almorzar. Recorrimos los puestitos y nos ubicamos enfrente, sobre la animada plaza contigua al verde canal que rodea la ciudad vieja. La vista es fastuosa. El accionar de los individuos nos permite reconstruir hábitos de vida, modos de hacer y de conducirse típicos. Probamos allí algunos apetitosos bocadillos y luego seguimos con la ruta.
Con la llegada del nuevo día nos aprontamos para aventurarnos en el corazón de la selva, en donde realizaríamos un trekking que duraría dos días y nos permitiría conocer desde adentro aquella porción de selva asiática; sus ríos y arroyos; sus aldeas, y demás efectos extraños.
Después de casi una hora de ruta en una camioneta 4x4 llegamos hasta el final del último camino transitado. La calzada se extinguía mientras un sendero a lo lejos sugería el avance. Despacito y siguiendo al guía fuimos internándonos en aquella intrigante escena natural. Paulatinamente nos fuimos familiarizando con el relieve, cruzando arroyos, esquivando arbustos, plantas y árboles encumbrados. Llegamos al rato, después de caminar varias horas, al primer punto de descanso: una choza de bambú y techo de paja en donde tomaríamos el almuerzo. Realizábamos aquella expedición con una pareja de canadienses, dos jóvenes alemanes y un inglés; y todos juntos compartimos aquel primer lunch común.
Siguiendo con el recorrido avanzamos bastante sobre la selva, pasando por cascadas de agua fresca donde los latinos nos animamos al influjo renovador del manantial. De repente, y en medio del tupido follaje, se abrió en medio de la montaña un claro donde apareció impensada una aldea aborigen. Con un extrañado caminar fuimos todos transitando los consiguientes montículos de tierra parda, sobre los cuales se erigen las casas de estos pobladores, quienes delegan sobre sí mismos el intransferible proceso que exige su construcción.
Esquivando al principio las miradas arrojadas por los soberanos, llegamos a encontrarnos con la familia que se encargaría de nuestra recepción.
Constatamos un trato amable y gentil en la conducta de los dueños de casa: un matrimonio con edades que rondan los veinticinco años, dos niños y muchas tareas a cargo. Luego de instalarnos, esquivando a los cerdos de pelaje negro que circulaban administrando el terreno a su antojo, nos entregamos al disfrute que la constatación de aquel entorno naturalmente fundaba.
Aguardábamos así por la cena que prometía platos curiosos. Contemplábamos de cerca ese mundo tan impar donde poco lográbamos proyectar el devenir de tan cara experiencia.